La ventana desde un punto de vista diferente

Por José Montero, Miembro de la AEAC e investigador en el Departamento de Ciencias e Ingeniería de la Universidad de Uppsala (Suecia). Foto: RRC.

Llevaba más de dos años viviendo en Escandinavia cuando me enteré de que vindu, la palabra noruega para ventana, tiene su etimología en el nórdico antiguo vindr (viento) y auga (ojo), de donde también proviene la voz inglesa window. Curiosamente, la misma idea, la de ser el ojo del viento, está detrás de la palabra castellana ventana, del latín ventus. Parece ser que, en el pasado, la función principal de las ventanas era la de asegurar una adecuada ventilación, más que la de proporcionar luz y vistas a los ocupantes de la vivienda. Hoy en día, pese a que el papel de la ventana como elemento de ventilación puede considerarse secundario, o incluso inexistente, las ventanas ocupan cada vez más y más superficie en la cubierta de los edificios de nueva construcción. Esto se debe a que pasamos hasta un 90 % de nuestro tiempo dentro de nuestras casas, oficinas, gimnasios, centros comerciales…) y, por tanto, no podemos renunciar a contar con luz natural y con contacto visual con el exterior si queremos mantenernos sanos y felices. 

Sin embargo, cuando pensamos en combatir el cambio climático rara vez pensamos en el tipo de ventas que tenemos en nuestras oficinas, o en nuestras casas. En lugar de esto nos plateamos usar menos el coche, viajar menos en avión y quizá coger más el tren, etc– es decir, normalmente viene a nuestra cabeza el transporte. Usar de manera racional los medios de transporte está bien, pero también hay que tener en cuenta que el 40 % de la energía primaria en Europa es consumida en edificios, y los edificios en su fase operacional son responsables de hasta un 36 % del total de emisiones globales de gases de efecto invernadero. En un edificio el tendón de Aquiles en términos de eficiencia energética lo constituyen las ventanas: durante el invierno el calor se escapa por ellas hacia el exterior mientras que, durante el verano, permiten el paso de demasiada radiación solar. En consecuencia, para estar a una temperatura confortable, muchas veces abusamos del sistema de calefacción o de aire acondicionado, según la época del año.

De manera que las ventanas son poco eficientes en términos energéticos pero las necesitamos para tener contacto visual con el exterior y luz natural ¿Cuál es la solución a este dilema? En los últimos años las ventanas han evolucionado bastante, pasando del acristalamiento simple a doble o triple, incluyendo gases de relleno como el kriptón y recubrimientos de baja emisividad o control solar.  Todo esto ha contribuido a mejorar considerablemente su eficiencia y ha resultado en un ahorro energético nada despreciable. Sin embargo existe todavía una asignatura pendiente: las ventanas con las que contamos hoy en día son estáticas, es decir, no se adaptan a las condiciones meteorológicas que, en España al igual que en otros países de latitudes medias, tenemos a lo largo de las estaciones del año; de la misma manera que nadie usaría un jersey de lana durante un día caluroso de agosto, una ventana diseñada para el invierno no es adecuada para el verano (y viceversa). Idealmente deberíamos tener unas ventanas de verano y unas ventanas de invierno o, lo que sería más realista, una ventana inteligente capaz de adaptarse a las condiciones ambientales.

Las ventanas inteligentes existen y son capaces de proporcionar un gran ahorro energético además de una mejora en el confort de los ocupantes del edificio; no por nada la Comisión Europea las ha calificado como una solución obvia a los problemas de eficiencia energética en la edificación, y el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) resaltó, ya en el año 2007 su eficiencia energética. Si las ventanas inteligentes funcionan tan bien, ¿por qué su uso no está más extendido? La razón, como en la mayoría de los casos, es económica: las ventanas inteligentes actuales son demasiado caras y por tanto no son una solución óptima en términos de coste/ ahorro energético.  

Sin embargo, esto no tiene que ser así, la investigación en ciencia de materiales está tratando de dar la vuelta a esta situación, proporcionando materiales adecuados para la fabricación de ventanas inteligentes  con un coste asequible.  Además de baratos, estos materiales tienen que estar basados en compuestos abundantes, no tóxicos ni contaminantes, además de poder ser fabricados mediante procesos respetuosos con el medio ambiente.  La tarea no es fácil pero la recompensa es grande: no solo podremos reducir considerablemente nuestro consumo de energía y emisiones de gases de efecto invernadero, sino que además la fabricación de ventanas inteligentes a un precio razonable es estratégica desde un punto de vista económico; una ventana inteligente que pueda venderse a un precio asequible tiene unas muy buenas expectativas de mercado.

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