Origen de las Medicinas Alternativas

ORIGEN DE LAS MEDICINAS ALTERNATIVAS

Rafael Nájera Morrondo

  En la figura se observa a Isaac Swainson promocionando su Velnos Vegetable Syrup frente a la sífilis y otras enfermedades venéreas, levantando las iras de los defensores de los mercuriales, en una guerra puramente comercial. Rowlandson, 1789. Wikipedia Commons. Un ejemplo de “medicina alternativa”en el siglo XVIII

             Hace unos días, escribí un pequeño artículo, en este mismo foro, sobre “Medicinas alternativas” en el que terminaba preguntándome, cómo es posible que en pleno siglo XXI, el uso de las mismas entre la población, sea extremadamente elevado, hasta un 43%, con respecto a la oración para la propia salud.

            Para tratar de acercarnos al problema, debemos considerar que el hombre y aún los prehomínidos al notar alteraciones patológicas aprenden a distinguir entre un estado de bienestar o neutralidad orgánica y otro de enfermedad, esto es, sensaciones extrañas de dolor, picos, inflamación, cuando no traumatismos o heridas, producto de luchas o guerras y que dieron lugar al nacimiento de la cirugía, el primer laboratorio donde practicar y que por tanto avanza con cierta rapidez, la denominada “medicina externa” entendible por la población, y la misteriosa enfermedad, que va a constituir el contenido de la “medicina interna”, a la que no se encuentra explicación y por tanto va  a ser achacada a la voluntad de las divinidades, o bien, al aparecer el concepto de pecado, como castigo al pecado de los hombres. Por tanto ante ese fenómeno se diseñan una serie de actuaciones que hoy denominaríamos “Medicina alternativa” y que se va a mantener a lo largo de los siglos.

           La Historia de la Medicina, atribuye a Hipócrates el concepto de las causas naturales de la enfermedad, por lo que se dice que hizo “bajar la enfermedad, del  cielo a la tierra”. No obstante hay que precisar que si bien eso puede considerarse como cierto, finalmente lo que hizo fue sustituir la idea divina, por otras humanas, pero igualmente faltas de cualquier base científica ni racionalidad, la teoría de los humores, el que podemos considerar pernicioso humoralismo hipocrático, que explicaba la enfermedad como el producto de los desequilibrios entre los cuatro humores (sangre, bilis amarilla, bilis negra y flemas) que regulaban las funciones del cuerpo, concepto que captó la imaginación, llenando un vacío conceptual y paralizando el pensamiento médico durante siglos, llegando hasta bien entrado el siglo XIX.

            Por otra parte, para la Iglesia lo importante era el agua bendita del bautismo, que confería la salud y no los pecaminosos baños de las termas, tanto que Tertuliano (ca. 160 – 220) denomina al bautismo aqua medicinalis, añadiendo “todos los paganos están enfermos y la Iglesia es el hospital en el que tratarlos”, con lo que la enfermedad vuelve a “subir a los cielos”. Estas ideas van a prevalecer casi hasta nuestros días y se reflejan, lógicamente en un barullo terapéutico, así, la quinina, aislada en 1820 se usaba para prácticamente todas las enfermedades infecciosas, el yoduro potásico era la panacea universal para la edad media de la vida, empleándose para combatir las indigestiones, la hipertensión, los problemas cardíacos y la obesidad.

Con este panorama, el uso de los remedios tradicionales se mantiene hasta la aparición de la medicina científica basada en los avances aportados por el laboratorio y que no se va a extender, en los países occidentales hasta finales del siglo XIX y comienzos del XX. De forma similar, las terapias tradicionales no científicas, se mantiene hoy en todas las sociedades primitivas y conviven con la medicina científica en los países occidentales. Como cita Zeldin[1] (1977) en el Congreso Católico Santé et Societé celebrado en 1951 un obispo afirmaba que “la salud es algo precioso, pero no el bien supremo, la enfermedad que daña el cuerpo, puede ser beneficiosa para el alma”.

No es que nos invadan las medicinas alternativas, lo que sucede es que van disminuyendo su implantación muy lentamente, manteniéndose  todavía muy arraigadas.

[1] Zeldin, T. (1977) Intellect, Taste and Ansiety. France (1848-1945). En The Oxford History of Modern Europe. Oxford, at the Clarenton Press.

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