Leibniz: el científico

Invitados y moderadora

Invitados:

Dra. Mary Sol de Mora Charles. Catedrática jubilada de UPV/EHU en Historia de la Filosofía y de la Ciencia del Departamento de Filosofía. Miembro de l’Académie Internationale d’Histoire des Sciences. París

Dr. Juan Arana Cañedo-Argüelles. Catedrático de Filosofía de la Universidad de Sevilla. Académico numerario de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

Dr. Javier Echeverría Ezponda. Investigador de la Fundación Vasca de Ciencia (Ikerbasque). Adscrito a la Universidad del País Vasco UPV/EHU (Departamento de Sociología II). Catedrático de Universidad en excedencia del Instituto de Filosofía del CSIC.

 

Moderadora:

Dra. Concha Roldán. Directora del Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Presidenta de la Sociedad Española Leibniz.

Reseña por Javier Echeverría

Gottfried Wilhem Leibniz nació en Leipzig el 1 de julio de 1646 y falleció en Hannover el 14 de noviembre de 1716. Se formó en la Nicholaischule de Leipzig desde los 7 a los 15 años, pero sobre todo fue autodidacta, gracias a la importante biblioteca de su padre, fallecido cuando él tenía 6 años. A los 12 años había leído por su propia cuenta a Platón, Aristóteles y los clásicos latinos. A los 13 se inició en los escolásticos (Tomás de Aquino, Fonseca, Suárez, Zabarella …) y a los 14 años empezó a leer a los «modernos» (Bacon, Kepler, Galileo, Descartes, Campanella …).

De esa época autodidacta proviene su afición a la Lógica y la Combinatoria, como mostró en su primer libro, la Dissertatio de Arte Combinatoria, publicado en 1666, cuando tenía 20 años. Dicho interés se mantuvo a lo largo de toda su vida, siendo una de sus grandes aportaciones científicas.

Leibniz es considerado unánimemente como el gran precursor de la Lógica Formal y Matemática contemporánea, como afirmaron Bertrand Russell y Louis Couturat a principios del siglo XX. Su interés por la Combinatoria le llevó a interesarse en la Computación, inventando el sistema binario (o digital), diversos algoritmos y una máquina de calcular, la segunda de la historia, tras la de Pascal. La de Leibniz realizaba las cuatro operaciones aritméticas y fue presentada en la Royal Society de Londres en 1673 y poco después en la Académie des Sciences de Paris.

Fueron sus primeras invenciones técnicas, a las que siguieron otras muchas a lo largo de su vida (máquinas de viento y de agua para extraer plata de las minas del Harz, en las que trabajó varios años como Director de la explotación, nuevos sistemas de clasificación bibliotecaria, relojes, barómetros, etc.).

Estudió Derecho y Filosofía en las Universidades de Leipzig y de Altdorf, donde le fue ofrecida una Cátedra Universitaria cuando tenía 21 años. La rechazó, dedicándose a viajar por diversas ciudades alemanas, en algunas de las cuales ejerció el cargo de juez, al ser Dr. en Derecho. En 1668 se convirtió en asesor del Príncipe de Maguncia, con quien se trasladó a París para una misión diplomática con el Rey Luis XIV, su célebre Consilium Aegyptiacum, que fue puesto en práctica por Napoleón siglo y medio después al conquistar Egipto.

Leibniz vivió en Paris entre 1672 y 1676, viajando dos veces a Inglaterra y entrando en contacto con los mejores científicos de la época. En esta época se convirtió en uno de los mejores matemáticos del momento, descubriendo el Cálculo Diferencial e Integral de manera independiente de Newton, con cuyos discípulos sostuvo treinta años después una agria polémica sobre la prioridad en dicho descubrimiento. También fue el precursor de la Teoría de Determinantes (gracias a sus ideas sobre la Combinatoria), de la Topología (con su proyecto de un Analysis Situs) e hizo aportaciones al Algebra, la Teoría de Números, el Análisis Matemático y el Cálculo de Probabilidades.

Hizo contribuciones importantes a la Física (invención de la Dinámica, noción de fuerza viva, etc.), a la Química (divulgando el descubrimiento del fósforo), a la Geología (escribió la Protogaea, teoría sobre el origen del globo terrestre y los pliegues geológicos), a la Biología (fue defensor del premorfismo, ulteriormente teorizado por Buffon) y a lo que hoy en día denominamos Ciencias Sociales. Todo ello durante su época parisina y su ulterior estancia en Hannover como Bibliotecario y Consejero de los Duque de Braunschweig-Lüneburg, ciudad en donde vivió desde 1676 hasta su muerte, tras haber conseguido que fuera reconocida como Principado.

Durante sus cuarenta años en Hannover, Leibniz, que ya era un científico del máximo nivel, se convirtió en un filósofo y teólogo de primer orden, sin perjuicio de su importante tarea como diplomático al servicio de las cortes de Hannover y Berlín y del Imperio Austríaco. Hizo importantes gestiones en torno a la unidad de las Iglesias (colaborando con el Vaticano, que intentó contratarle como Bibliotecario y Asesor), creó una importantísima red de corresponsales (más de 1000 personas de alto nivel), perteneció a las Sociedades Científicas más importantes (Londres, París, Roma, Viena, etc.) y creó nuevas Sociedades Científicas, como la actual Academia de Ciencias de Berlín, de la que fue el primer Presidente.

Como ingeniero y hombre de empresa, dirigió varias de las explotaciones del Ducado de Hannover y el Principado de Brandenburgo, siendo un importante precursor en el ámbito de las Ciencias Sociales (Seguros, Administración, Documentación, Biblioteconomía, etc.). Dirigió la Biblioteca de Hannover y la de Brandenburgo (una de las más importantes de la época), asesoró al Zar de Rusia y a otros Príncipes europeos, creó Revistas científicas (las Acta Eruditorum de Leipzig), colaboró en las más importantes de su época y llegó a tener una influencia muy considerable en toda Europa como pensador, científico y diplomático.

También fue historiador de la Casa de Hannover, filólogo y uno de los precursores de la Semiología, con su magno proyecto de la Characteristica Universalis.

Fue uno de los primeros intelectuales europeos que se interesó en la cultura china (a través de sus correspondencia con los misioneros jesuitas), así como en otras culturas, incluida la española, interviniendo a favor de los derechos de la Casa de Austria en la Corona española en la Guerra de Sucesión. Supo ver en los caracteres Fo-Chi otra expresión de su sistema binario de numeración, actualmente básico para la informática. La enumeración anterior no agota las aportaciones de Leibniz a la ciencia y la técnica.

Cabe afirmar que fue un personaje excepcional, que supo innovar en prácticamente todas las áreas de conocimiento que tocó. No en vano cultivó el Ars Inveniendi, llegando a formular reglas metodológicas para el mismo, que siguen teniendo validez en la actualidad.

Las propuestas de Leibniz han sobrepasado las barreras temporales y siguen siendo una importante fuente de inspiración para la ciencia y la tecnología contemporáneas. Así ocurre con sus teorías sobre la combinatoria y la computación, que le convierten en el gran precedente de la informática actual.

Otro tanto sucede con algunas de sus aportaciones físicas (hay varias tesis doctorales que lo consideran como un precursor de la teoría de la relatividad), biológicas (la actual genética puede ser leída en clave leibniziana), la ingeniería (energía eólica), la teoría de los signos, la documentación y lo que hoy en día se denomina ingeniería social, o teoría de las organizaciones.

Leibniz tuvo clara la importancia de las comunidades y las instituciones científicas y fue uno de los pioneros en lo que hoy en día denominamos política científica y tecnológica, aplicada a la mejora de las condiciones de la vida social. Fue un pensador universalista, gran defensor de la idea de Europa, de cuya unificación fue uno de los precursores, tanto a nivel teórico como práctico.

Por todo ello, cabe afirmar que Leibniz es uno de los pocos grandes pensadores clásicos que seguirán siendo una guía durante el siglo XXI, como lo fue durante el siglo XVIII, época en la que su pensamiento influyó poderosamente, y posteriormente en el pasado siglo XX, cuando muchas de sus propuestas fueron retomadas por las disciplinas científicas y tecnológicas más diversas.

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Javier Echeverría es Profesor de Investigación de «Ciencia, Tecnología, Filosofía y Sociedad» en el Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC, Madrid) y socio de la AEAC.

Entre otros, ha publicado los libros Telépolis (Destino, 1994), Cosmopolitas Domésticos (Anagrama, 1995, XXIII Premio Anagrama de Ensayo), Los Señores del Aire: Telépolis y el Tercer Entorno (Destino, 1999) y Un mundo virtual (Ed. de Bolsillo, 2000).

Premio Euskadi de Investigación 1997 en Humanidades y Ciencias Sociales, otorgado por el Gobierno Vasco. Autor de ‘Los señores del Aire’, premio nacional de Ensayo de España del año 2000.

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