ALFREDO PÉREZ RUBALCABA: recuerdos a su contribución a la política científica

Alfredo Pérez Rubalcaba con sus alumnos, el último día de prácticas de laboratorio (01/03/2019). Fuente: Facebook

Por Carmen Andrade y Emilio Muñoz, socios promotores de la AEAC

Entre las muchas contribuciones de Alfredo Pérez Rubalcaba a la vida política de nuestro país, no se ha mencionado como debiera que no solo participó activamente, sino que impulsó la Ley de Fomento  y Coordinación General de la Investigación Científica y Técnica de 1986, conocida  popularmente como Ley de la Ciencia. En su primer destino político, iniciando sus treinta años, ocupo el decisivo puesto de Jefe del Gabinete de la Secretaria de Estado de Universidades e Investigación: Carmina Virgili. Su enorme capacidad de trabajo y su ilusión por  intervenir en todas las actividades de dicha Secretaría de Estado le llevaron a involucrarse  con intensidad en la redacción de la Ley de la Ciencia, junto a la previa e importante intervención en la Ley de Reforma Universitaria (LRU). Ambas leyes, bajo la dirección del Ministro José María Maravall, sirvieron para ordenar la Universidad y estructurar el sistema de Ciencia y Tecnología español, con muchas carencias históricas tras el choque que supuso la Guerra Civil. Además, permitieron consolidar los esfuerzos reparadores acometidos en el periodo tecnocrático del tardo franquismo y los años de la UCD. En definitiva, ambas leyes supusieron un hito modernizador incontestable.

En estos días se ha recordado más su contribución a la educación como Secretario de Estado y Ministro. El que la Ley de la Ciencia haya pasado inadvertida en todas las contribuciones glosando la figura de Alfredo puede deberse a aquello que él mismo publicó en agosto de 2017: “Quizá sea el de la investigación el sector en el que existe una mayor contradicción entre lo que se dice y lo que se hace”. La ciencia es siempre la hermana pobre de la repercusión mediática en nuestro país: en estos años solo se menciona para denunciar las quiebras que ha experimentado con la austeridad y, en sentido prospectivo, se evoca esencialmente cuando se habla de las nuevas tecnologías o el cambio climático. Sin embargo, el propio Alfredo decía en el mismo artículo “es probable que en un futuro no muy lejano la riqueza de los países deba medirse en términos de CIB, Conocimiento Interior Bruto”.

Aquella Ley de la Ciencia que ayudó a impulsar, permitió el cambio radical de la articulación, de la estrategia y la financiación de la actividad científica, moduló la vertebración de los Grupos de investigación, los departamentos universitarios y abrió una ventana para la organización  de los organismos de investigación (bautizados como OPIS gracias al que fuera  presidente del CSIC, Alejando Nieto). También impulsó el desarrollo científico a los niveles que desde hace más de una década  sitúan a España entre los de mayor productividad científica del mundo. Existe mucha cultura modernizadora de la actividad investigadora en nuestros científicos por aquella ley que, entre otras medidas radicales, permitió la contratación de investigadores que no necesitaron ser solo funcionarios. Eso sí, contratación “por obra y servicio”, lo que sigue pendiente de regularizar para que puedan ser indefinidos los contratos, pero que al menos permitió el crecimiento inmediato de los grupos competitivos que obtenían financiación. Y esa ley abrió la oportunidad de que el necesario control del gasto público se hiciera “ex post”, facultando así la creatividad y la confianza que son requisitos imprescindibles para competir en la Liga Mundial en la que se juegan la ciencia y la tecnología.

Queremos con esta nota sumar la AEAC a los homenajes que se le han rendido a este infatigable servidor público y para recordar esta contribución suya a la política científica, olvidada en lo que hemos leído. Gracias Alfredo por el impulso que le diste a aquella Ley de 1986 y el apoyo constante a la Ciencia siempre que tenías ocasión.

También quisiéramos resaltar otra cualidad de Alfredo que sí se ha mencionado en las múltiples manifestaciones de estos días (“en España enterramos muy bien” decía él). Pero este “enterrar” tiene muchos aspectos positivos cuando sirve para resaltar públicamente conductas como la suya, orientadas al bien común en el ejercicio de la política. Esta cualidad a la que nos referimos es la de su capacidad de análisis objetivo y racional. Dicho breve: su inclinación a aplicar el método científico al análisis de los problemas que abordaba, una capacidad diferencial suya muy notable.

Si uno  juega la paradoja de tener en cuenta los hechos pero a la vez se  distancia de ellos para analizarlos con objetividad, tratando de encontrar los patrones de las leyes universales, buscando las tendencias que la naturaleza regula, podrá alcanzar la interpretación y la capacidad de predicción de forma natural. Analizar los hechos desde distintas y nuevas perspectivas, buscar el patrón o ley universal de comportamiento y predecir la tendencia basándose en esas leyes. Todo ello sin estar hipotecado por las deducciones anteriores, ni por los intereses a corto plazo.

Esta es la base del método científico en las ciencias experimentales y lo que parece que aplicaba APR a todos los problemas. Por eso sacaba mucho más partido de su inteligencia y le llevaba a encontrar el camino más racional para resolver los problemas, que en una comunidad de convivencia, pasan obligatoriamente por el acuerdo, por el pacto.

El uso del método científico en las relaciones sociales es una de las señas de identidad que hemos querido resaltar en la AEAC y es una de sus bases fundacionales. Basarse en las evidencias y no en las creencias sustentadas en emociones. Aproximarse de modo racional  al análisis de los retos sociales. Creemos que es algo que necesita la sociedad actual ante los avances tecnológicos que están ocurriendo y que se avecinan. Hay que armar a la sociedad con las herramientas de análisis. Son las que tenía y aplicaba Alfredo. No solo disfrutaba de inteligencia natural, sino que también tenía método.

Su ejemplo debe servirnos para aumentar el compromiso de solicitar más método científico, no solo en la vida política, sino también en las relaciones sociales. Con ello podrá aumentar el bienestar ciudadano, se dará profundidad y riqueza moral al debate político y estaremos quizás más abiertos a pactar convivencia y mejoras sociales (como se ha glosado estos días sobre el quehacer político de Alfredo en relación a logros como el fin de ETA y el traspaso de poderes en la Monarquía sin sobresaltos).

Desde la AEAC también queremos hacer llegar nuestra solidaridad en el sentimiento de pérdida a su viuda Pilar Goya, a su familia, a sus amigos Pilar Tigeras y Jaime Lissavetzky como paradigma de sus amigos más cercanos.

Perseverar en sus cualidades en el ejercicio de la política es un ruego que nos gustaría transmitir a quienes por el voto ciudadano van a tener la responsabilidad de ejercerla.


[1] https://www.boe.es/buscar/pdf/1986/BOE-A-1986-9479-consolidado.pdf

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