La margarita no es una flor.

Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere… A quién no le han contado alguna vez una historia donde una persona enamorada de otra coge una margarita (Bellis perennis) y comienza a arrancarle secuencialmente sus (aparentes) pétalos, realizando una especie de apuesta en la que confía a los designios del azar si su ser amado le corresponde o no. ¿Y si les digo que la margarita no es una flor? Alguno estará pensando: “evidentemente; el autor se ha equivocado en el género del artículo determinado y se refiere a un margarita, típico cóctel mexicano elaborado a partir de tequila, triple seco y zumo de lima o limón”. Pues no, realmente la margarita no es una flor, aunque lo parezca.

No se crean, en su día a mí también me sorprendió. Corría el año 1998 y recuerdo cómo, cursando botánica en primer curso de la licenciatura de Biología en la Universidad de Oviedo, la doctora María del Carmen Fernández-Carvajal nos soltó aquello de que la margarita no era una flor, ante la estupefacción de la sala. Alguien le preguntó cómo era posible aquello. Obviamente la pregunta no había sido formulada aleatoriamente, sino que respondía al fin didáctico de introducir el tema de las inflorescencias. Efectivamente la margarita no es una flor, es un tipo de inflorescencia llamada capítulo, una flor compleja formada a partir de muchas flores. Esto no es sólo cosa de las margaritas, sino de todas las especies pertenecientes a su familia, las Asteraceae o compuestas. Esta familia comprende además de las margaritas unas 25.000 especies entre las que podemos destacar la lechuga (Lactuca sativa), la alcachofa (Cynara scolymus), el girasol (Helianthus annus), la manzanilla (Chamomilla recutita), el diente de león (Taraxacum officinale) etc.

La «flor» de la margarita supone añadir un paso de complejidad evolutiva a las flores solitarias. En el caso de las margaritas (y de las otras asteráceas) existen dos tipos de flores, unas externas y radiales o lígulas (blancas) y otras que forman el disco o flósculos (amarillas), como se observa en la siguiente imagen:

Todas estas flores presentan cinco pétalos fusionados, por lo que se las denomina flores pentámeras. Las flores radiales, blancas, suelen ser flores femeninas y su corola asimétrica recuerda al pétalo de una flor típica. Las flores del disco, amarillas, suelen ser flores hermafroditas y su corola tubular y simétrica hace que parezcan pequeños botones.

Decimos que estas inflorescencias son formas muy evolucionadas de flores. Una de las adaptaciones más sorprendentes de los capítulos es que las flores que lo forman tienen una maduración diferenciada en el tiempo, con lo que se consigue evitar la autopolinización y las a la larga nefastas consecuencias para la variabilidad genética que esto tiene en la población. Las flores maduran de forma centrípeta, de fuera hacia dentro, por eso el disco presenta a veces una coloración más oscura cuanto más en el interior. Esto puede apreciarse claramente en la siguiente imagen, en la que se observa que las flores del interior del disco aún no se han abierto:

El fruto de las margaritas es denominado aquenio, y se propaga por el viento o por los animales. Seguro que nunca se han fijado en los frutos de las margaritas (son realmente minúsculos), pero estoy seguro que sí se han fijado en los del diente de león, con sus peculiares apéndices que facilitan justamente su dispersión por el viento. Discúlpenme que no haya encontrado ninguna imagen de tan típica escena libre de derechos de autor:

En conclusión, cuando se deshoja una margarita en realidad no está arrancando pétalos, está arrancando lígulas. Por cierto, tampoco el anturio o la cala son verdaderas flores (eso es tema de otro capítulo), pero si se quieren sentir como me sentí yo aquel día en la Facultad de Biología les reto a escribir su propio artículo en respuesta a la siguiente pregunta: ¿sabían que la fresa no es una fruta?

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