En memoria de Antonio Rodríguez de la Heras


Antonio Fumero, Antonio Lafuente y César Ullastres, miembros de la Asociación Española para el Avance de la Ciencia (AEAC) han escrito este obituario en memoria de Antonio Rodríguez de las Heras, socio fundacional de la AEAC, fallecido el pasado 4 de Junio.


Con la mirada clara y la mente abierta

Antonio Rodríguez de la Heras nos ha dejado el 4 de Junio, un día en el que la luna llena  parece que también lo siente y se presenta este 2020 con su superficie oscurecida al atravesar la zona de penumbra que proyecta la Tierra porque, más allá del eclipse, una mente brillante se ha apagado.

Se lo ha llevado la COVID-19, una enfermedad compleja que ha pasado velozmente de ser una historia de chinos a ser un asunto biopolítico con consecuencias socioeconómicas de primer orden. Una enfermedad que, acompañada de todo tipo de informaciones, debates y carreras por quedar mejor en la foto, en realidad se caracteriza porque nadie sabe nada. Aparte de los grandes avances en fotografía de interiores, que se culminaron en este siglo con el impulso de la investigación en genómica y proteómica, y que alimenta el falso imaginario por el cual pensamos que si conocemos el genoma conocemos su identidad y podemos dominarla. La realidad es que, hoy por hoy, mata.

Antonio sabía que la complejidad no se puede medir, no es una magnitud, no tiene límites. Para analizar la complejidad no vale el conocido método de reducir todo en partes, saber qué hace cada una de ellas y luego volverlas a juntar. El análisis de lo complejo exige recorrer un camino incierto que requiere la complicidad de otros; y eso es precisamente la “transdisciplinariedad” que, una vez más y en esta ocasión, también brilla por su ausencia.

Nos hemos dedicado a aplicar los métodos de siempre para atajar las consecuencias de una pandemia que se alimenta de una nueva globalidad digital. Hemos emprendido una desenfrenada carrera en busca de una proverbial vacuna que amenaza con desatar una nueva guerra de patentes que, como sabemos de primera mano, siempre buscará, en primer lugar, por encima de cualquier vida humana, el beneficio económico.

¡Qué pena que ya no esté Antonio! Con su mirada clara y su mente abierta estaba acostumbrado a enfrentarse al universo digital, para muchos, desconocido y hostil. Siempre ajeno al sistema de producción científico, que solo demanda fondos con los que alimentar su investigación, nos alumbró a todos para movernos en lo digital, un mundo  húmedo en el que, aunque parezca que todo se desmorona ante nuestros ojos en una ristra de ceros y unos,  tenemos que saber adaptarnos reivindicando una nueva oralidad que integre las culturas eruditas, de pensamiento crítico y de diseño, acercando así el conocimiento técnico, humanístico y artístico.

Antonio supo hacernos ver que el libro es “la mejor máquina de memoria que hemos construido y que, en consecuencia, procura reproducir el funcionamiento de la memoria natural con los medios disponibles en un momento determinado”; y, de la misma manera supo enseñarnos a “Navegar por la Información” convencido de que “disponer de la superficie (plana) de la pantalla como si fuese una hoja de papel constriñe las potencialidades del texto digital y por lo tanto convierte al supuesto lector digital en un simple lector de un códice electrónico”.

La pantalla del ordenador era, para él, una ventana que nos daba acceso a todas las narraciones y descripciones del mundo que habitamos. La llegada de Internet supuso para él el tránsito de una sociedad conformada por una cultura escrita a una emergente cultura digital, con profundos y críticos cambios que alteran los valores y prácticas establecidas que pensábamos inalterables. Afirmaba que en todo ello las acciones que emprendemos son determinantes, al punto, de visualizar la Red como una suerte de Aleph digital borgiano, como una esfera que brilla y que pone a nuestro alcance  todo el conocimiento disponible que podemos glosar y enriquecer con nuestras experiencias y nuestros actos, que nos convertirá, de facto, en “alefitas” de pleno derecho.

Le fascinaba la ciencia y su práctica de caminar por las fronteras de los saberes para ampliar lo que sabemos. Hace años, en uno de sus innumerables viajes compartía con todos su visita al despacho de Arthur C. Clarke en Sri Lanka, al igual que él, amable y humilde, Antonio también era capaz de ensayar formas nuevas de dar lugar al mundo virtual, haciendo que habite entre nosotros, y no solo tras el espejo de la pantalla, y crear así nuevas experiencias de posesión y de presencia. Honesto en reconocer sus prejuicios, prudente al emitir juicios y siempre dispuesto a reconsiderar ideas y opiniones nunca dudó en abordar los problemas sociales colaborando generosamente con todos aportando su visión humanista a la tecnología.

No nos dejas solos Antonio, la Red está plagada de tu legado que algunos intentaremos seguir, aunque, por ahora, con tu ausencia nada más que retumba en nuestro interior la frase de María Zambrano “… no se pasa de lo posible a lo real, sino de lo imposible a lo verdadero”


Antonio Fumero

Antonio Lafuente

César Ullastres

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