Llanto por la democracia en Europa

Nuestros socios Armando Menéndez Viso y Emilio Muñoz reflexionan en este artículo sobre la democracia en Europa, desde un punto de vista de la Filosofía, el pensamiento Crítico y a tenor de los últimos resultados de las Elecciones Europeas recientemente celebradas. Se trata, en sus propias palabras «De una reflexión que se nutre del pensamiento crítico y la perspectiva científica cribada por los filtros de las interrelaciones, tanto de la interdisciplinariedad como con un componente de intergeneracionalidad»

 

Por Armando Menéndez Viso y Emilio Muñoz

Esta reflexión se nutre del pensamiento crítico y la perspectiva científica cribada por los filtros de las interrelaciones (interdisciplinariedad e intergeneracionalidad)

La progresión de la extrema derecha en Europa está siendo impresionante, pero no sorprendente porque desde hace tiempo Europa se pega tiros en los pies o tropieza en las mismas piedras de sus orígenes como error constante. Parece adolecer de una capacidad de autocrítica y un conocimiento bastante pobres, como se ha demostrado durante el liderazgo alemán de los años pasados. Se pretende gobernar por unanimidad (Federico Mayor Zaragoza lo ha repetido y repite hasta la saciedad), pero, ¿qué pueden compartir otros socios con la Hungría de Orban, la Polonia del Partido PIS (Ley y Justicia) …?

Las últimas elecciones han visto el éxito de partidos que son antieuropeístas, negacionistas de los valores democráticos, de las pandemias víricas y ambientales, de la ciencia y sus evidencias y métodos, deseosos de socavar aún más las agendas y agencias de la intermediación, de practicar la estrategia de achacar a los demás la responsabilidad de las políticas que ellos mismos están poniendo en práctica, la simplificación de los discursos, el abuso de los recursos de Internet, y la apropiación indebida y masiva de las redes sociales.

Estas actitudes socavan las instituciones, cuando no las atacan frontalmente, y sin embargo se blanquean desde países occidentales que gobiernan a través del G-7, lo que determina un pesimismo respecto al futuro del consenso que permitió la construcción europea partiendo del pacto francoalemán.

 

Antorchas para la oscuridad española

Es evidente que la oscuridad es un fenómeno universal, pero cada entorno o país tiene sus propias formas de atisbarla y transformarla. En el ámbito español, a nuestro juicio, hay tres autores que circulan por la línea progresista, pero que difieren en el factor generacional y consecuentemente de historia vivida. Uno de ellos, Nicolás Sartorius, nacido en 1938, ha publicado un libro, La democracia expansiva o cómo ir superando el capitalismo, que revisa los cimientos de nuestro sistema para actuar contra el cinismo y frente a una cultura política insuficiente para superar los efectos más nocivos del capitalismo. Es un libro repleto de datos y de análisis reflexivos, entre los que la UE ocupa un lugar preferencial desde el principio de sus 400 páginas [1]  y que tiene un capítulo específico, el 9 y  penúltimo, rotulado «La imprescindible Unión Europea» y desarrollado en las páginas 291 a 338.

Los otros dos autores expertos en la interdisciplinariedad de las ciencias humanas y sociales, Santiago Alba Rico (1960) y Daniel Innenarity (1959), han publicado dos artículos de opinión en El País los días 4 y 6 de junio de 2024, con los títulos respectivos «La revolución de los ricos»: y «Euroderecha». Son dos textos más «compresivos» o «escépticos» con las propuestas de los ultranacionalistas o respecto a la posibilidad de frenarlos.

Ante esta situación, una reflexión personal.

La democracia no se reduce al imperio de la mayoría. La mera cantidad de votos es una expresión de fuerza, que en todos los estados democráticos está modulada por principios, leyes e instituciones. Si una multitud decide saltarse la ley, eso no la convierte automáticamente en legal. Si se decide por mayoría algo que viole los más elementales principios de justicia o igualdad, la decisión no se vuelve inmediatamente aceptable. Si un grupo se salta los procedimientos instituidos, no lo hace legítimamente por muy numeroso que sea. El principio de la soberanía popular permite distinguir un régimen democrático de otros que no lo sean, pero no basta para constituirlo: se requiere un tejido complejo del que la forma de gobierno general es solo una parte no demasiado grande. Una democracia, entendida aquí no como régimen, sino como un estado concreto (esto es, en la segunda acepción del Diccionario) es un sistema de sistemas: legales, parlamentarios, administrativos, policiales, de defensa, sanitarios, educativos, económicos, etc. Recoger esta complejidad en las estructuras de gobierno es la marca de la buena democracia; negar la complejidad misma es un rasgo antidemocrático. La democracia va ligada a la razón, a la proporción. Por eso los regímenes democráticos se ocupan constantemente de la proporcionalidad (en sus castigos, en sus competiciones deportivas, en sus esquemas de financiación … y, por supuesto, en el diseño de sus reglas electorales) y, en principio, dan prioridad a la racionalidad cuando se trata de dirimir conflictos o de establecer mecanismos de funcionamiento (de ahí que las sentencias, las leyes, los programas de estudio, etc. deban estar fundados o argumentados).

Los últimos acontecimientos son en parte el resultado de la negación de la complejidad, que a su vez es el reflejo del individualismo (por no decir egoísmo) rampante. Cuando ser influencer (es decir, tener seguidores) se convierte en un camino para convertirse en representante democrático, es que estamos perdiendo la razón en favor de la mera conjunción de fuerzas. Pero esta es la misma lógica del capitalismo tecnológico: el valor se mide en cantidad de clics. Y los individuos, convertidos en followers, quedan reducidos a estadística, a masa, sin posibilidad de influencia real. La participación personal efectiva pasa, en sociedades de cualquier tamaño superior a las pocas docenas de individuos, por las instituciones (que no tienen por qué ser del estado). Lo que vemos ahora es fruto del puenteo o la supresión del tejido institucional, vendiendo masificación por participación directa.

 

Política fantasma

 

Aristóteles, como es sabido, encontró uno de los rasgos distintivos de la humanidad en su carácter político: ὁ ἄνθρωπος φύσει πολιτικὸν ζῷον, escribió precisamente en su Política (I, 1253a) – lo que quiere decir que los humanos son por naturaleza animales políticos. Vivimos en unidades políticas (aldeas, parroquias, villas, ciudades, países …) en cuyo seno adquirimos nuestros rasgos: lengua, técnicas, gustos, usos y costumbres, normas, creencias … Es la polis la que nos identifica, es decir, la que nos proporciona aquello que nos asimila a ciertos seres (humanos o no) y nos distingue de otros. Cada ser humano, con múltiples rasgos, es un mosaico único de identidades y diferencias diversas, forjadas en el seno de las variadas estructuras políticas de las que participa.

 

Por otra parte, tenemos un relato, tan antiguo al menos como Platón, que identifica lo que da unidad a cada ser humano particular con su idea, su alma, su espíritu, lo que luego Descartes llamará res cogitans y Leibniz, llegando más lejos, una mónada. A la hora de describirnos, privilegiamos nuestros componentes inmateriales sobre los corporales. Nuestra personalidad, nuestro yo es lo que permanece, lo que verdaderamente nos identifica. Por eso podemos, como en Transcendence, imaginar que se nos puede «trasplantar» a una máquina, a un supercomputador. Esta posibilidad de abstraernos de nuestra corporalidad, de nuestra animalidad, es uno de los pilares del individualismo occidental moderno, que define al yo a la manera de Descartes: como una cosa que piensa, esto es, que duda, que entiende, que afirma, que niega, que quiere, que no quiere, que imagina también, y que siente. Esta cosa que piensa no necesita otra cosa que pensar.

 

Ahora el individualismo está desatado no solo por razones filosóficas, sino, sobre todo, porque acarrea efectos multiplicadores en las cuentas de resultados de ciertas sociedades y consecuencias nefastas para todas las demás. En efecto, algunas mercantiles se benefician de la soledad del individuo, que ya no tiene recursos ni para organizar una reunión con los vecinos del mismo bloque (a los que desconoce en su mayoría), mientras que las demás agrupaciones humanas (tertulias, clubes, asociaciones, equipos, iglesias, juntas, corales, partidos, cofradías, sociedades de festejos, peñas, …) van languideciendo lenta pero inexorablemente. Las fibras del tejido social son destejidas y al mismo ritmo que se refuerzan los grandes entramados comerciales, que además cada vez son menos. Un puñado de empresas ha sabido llevar al límite la lógica de acumulación de capital basada en el consumo individual, es decir, en la ausencia de mediación entre el deseo de un yo y el pago por su satisfacción. Lo cual provoca un reguero inagotable de réditos para ellas, pero también el aislamiento creciente, la desconexión de los sujetos que caen en sus redes. La multiplicación que aumenta los ingresos de las grandes tecnológicas tiene consecuencias políticas deletéreas.

 

Sociedades fantasma, seguidores fantasma: todo puede retorcerse hasta hacerlo encajar con los deseos propios. La contradicción no importa: puedo ser visible y no tener materia, atravesar muros y mover cadenas.

 

Perder el carácter político es deshumanizarse –quizá por eso esté aumentando la sensación de desamparo, que llega a la desesperación con demasiada frecuencia, especialmente entre las personas jóvenes. Tejer sociedad, hacer polis o política, no es solo cumplir con un deber cívico: es humanizarse, personalizarse, cuidarse y mejorarse; es vivir como los animales que somos, en un planeta palpable, sensible. La vida no es cosa de fantasmas.

 

Sollozos finales

Un texto como este que mezcla, o lo intenta, dolor y esperanza, no puede dejar de evocar el gran elemento tecnológico que se proyectó como la gran ilusión y que se ha convertido, como denuncian Karelia Vázquez y Marta Peirano en el Suplemento IDEAS del 9 de junio de 2024 en un vertedero. Se trata de Internet y de sus secuelas, las empresas tecnológicas, la economía de la atención y la publicidad engañosa a través de las redes sociales. ¡Errores científicos de largo alcance!

Nota a pie de página

[1] En la página 71 que integra un epígrafe titulado “Un peligroso desorden” y que crítica la crisis económica de 2008, se dice “El Estado social supuso un salto civilizatorio, pero en realidad solo está vigente en el territorio de la UE y ha devenido una seña de identidad de nuestras democracias”, situación alcanzada gracias a las conquistas logradas por los ciudadanos… “No es concebible que la sociedad europea esté dispuesta a aceptar, pacíficamente, que le arrebaten estas conquistas “ (sanidad y educación, el sistema de pensiones públicas, los servicios de asistencia social contra las enfermedades y los accidentes).

Nicolás Sartorius. (2024). La democracia expansiva. O cómo ir superando el capitalismo. Editorial Anagrama. ISBN: 978-84-339-2287-8.

Autores

Armando Menéndez Viso es profesor Titular del Departamento de Filosofía de la Universidad de Oviedo. Es socio promotor de la Asociación Española para el Avance de la Ciencia (AEAC) y miembro de su Consejo Consultivo.

Emilio Muñoz es Profesor de Investigación emérito en el Departamento de Ciencia, Tecnología y Sociedad del Instituto de Filosofía (IFS) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Es socio promotor de la Asociación Española para el Avance de la Ciencia (AEAC) y Presidente de su Consejo Consultivo.

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