Un jurista seguidor del método científico. En memoria de Alejandro Nieto
Tras el fallecimiento de Alejandro Nieto, nuestro socio Emilio Muñoz, colaborador, pero sobre todo amigo, nos escribe unas palabras en las que nos describe su relación con él, su importante papel como iniciador de las reformas necesarias para llevar adelante una política Científica moderna al inicio de la transición, pero sobre todo, como pilar de la importancia de las relaciones entre ciencia, política y democracia.
Ha muerto Alejandro Nieto y la ciencia y la democracia están de luto. Alejandro ha sido uno de los notables profesionales de la escuela del Derecho administrativo español que devino por ética de la convicción y la responsabilidad en pilar de las relaciones entre ciencia, democracia y política durante los primeros años de la Transición española y con ello fue un modernizador como gestor de las políticas de la ciencia.
Ha sido sin duda un investigador, acercándose al método científico sobre el derecho hasta el punto de ser crítico con su propia naturaleza respecto a la verdad objetiva -elimino a conciencia el termino esencia- como desvela esa especie de biografía o libro de memorias que tituló arriesgadamente “Testimonio de un jurista (1930-2017)”, editado conjuntamente por INAP y Global Law Press. El primer capítulo titulado Introducción con varios epígrafes es sobrecogedor por lo que se dice y como se dice (el profesor Nieto fue un brillante orador y un rotundo escritor).
En el campo de la gestión de la ciencia fue innovador, actitud que acompañó con el reconocimiento de la importancia de la política científica, a la que estudió y comprendió. Pudo poner en práctica tales conocimientos como asesor en el ministerio de Universidades e Investigación en tiempos de UCD y del presidente Adolfo Suarez, cuya titularidad recayó en el ala socialdemócrata bajo el liderazgo de Luis González Seara, resultante de la escisión de la educación entre niveles quedando la educación básica y media en el campo democratacristiano con el ministro Otero Novas. Este papel fue decisivo para que, en plena crisis del CSIC, Alejandro Nieto aceptara ser su presidente bajo la pulsión democrática de la comunidad científica del CSIC, que estaba afrontando la adopción de un nuevo reglamento con un presidente como Carlos Sánchez del Rio, importante físico del ala demócrata cristiana poco convencido de las bondades de tal reglamento y arrastrando la enemistad histórica entre CSIC y Universidad Complutense, de la cual era claustral Sánchez del Río.
Tuve la fortuna de que Alejandro me propusiera ser vicepresidente en su equipo para encargarme de lo que se abría ante mi como una necesidad, y se convertiría en pasión, la política científica del organismo en contexto comparativo nacional e internacional. Era la primera vez que en el CSIC de 1939, post- Junta de Ampliación de Estudios (JAE), se hacía visible esta cartera como herencia de la JAE que descubrió y apostó por la política científica bajo la influencia de Ramón y Cajal; de hecho, el CSIC había perdido esta posibilidad con la creación de la Comisión Asesora de Investigación Científica y Técnica, CAICYT, en 1958. Alejandro fue como un hermano mayor para mí – la diferencia de edad no justificaba la consideración de llamarlo padre- de quien aprendí mucho y hasta él aceptó aprender algo de mí en el ámbito de las ciencias experimentales, esencialmente las nuevas corrientes de la biología: fueron dos años extraordinarios de intensa cooperación, altruista y muy sincera.
Tras la llegada al gobierno del PSOE, y ya con el primer gobierno de Felipe González conté con la confianza de José María Maravall como ministro de Educación y Ciencia y de Carmina Virgili como secretaria de Estado de Universidades e Investigación, para que asumiera la Dirección General de Política Científica que llevaba aparejada la secretaria general de la CAICYT. Es decir, que curiosamente cerraba un ciclo ya que ocupaba la consecuencia de las reformas realizadas por el equipo del ministro González Seara, asesorado por A. Nieto.
Se cerraba un curioso bucle, puesto que, como nueva fortuna, conté con la plena confianza del ministro Maravall para ir poniendo en marcha las reformas del Ministerio Seara que ya se habían lanzado por los dos ministros posteriores de UCD, José Antonio Diaz Ambrona y Federico Mayor Zaragoza, quienes tuvieron la generosidad de mantener a Alejandro Nieto en la presidencia del CSIC y con él a su equipo. Aprovechando el caudal de experiencia, bajo la dirección de Maravall y Carmina Virgili, decidimos emprender la elaboración y promulgación de la Ley de Fomento y Coordinación General de la Investigación científica y Técnica (Ley de la Ciencia de 1986) cuya autoría compartí con Alfredo Pérez Rubalcaba, a la sazón jefe del Gabinete de la secretaria de Estado, C. Virgili. En esa tarea me hubiera gustado haber debatido y discutido con Alejandro Nieto, pero Alfredo no estuvo de acuerdo (quizás con cierta razón política porque Alejandro fue muy crítico con el Ministerio de Administraciones Públicas que dirigía el entonces brillante economista Joaquín Almunia).
A partir de ese momento, Alejandro omitió intervenir en cualquier debate académico o público sobre la gestión de la ciencia en España, no solo por amistad, que sin duda influyó en su prudencia, sino que conociéndolo debió hacerlo por convicción de que lo que se estaba haciendo no era muy distante de lo que él hubiera pensado. Ese es el enorme agradecimiento que inspira y rodea estas líneas que dedico a la memoria de un amigo y maestro.
Para profundizar en lo que ha significado una figura importante del pensamiento crítico español, recomiendo el obituario que ha publicado su gran amigo y no menos importante profesional Julio González García: https://elpais.com/espana/2023-10-04/se-va-un-maestro.html.
Emilio Muñoz es Profesor de investigación emérito en el Departamento de Ciencia, Tecnología y Sociedad del Instituto de Filosofía (IFS) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Es socio promotor de la Asociación Española para el Avance de la Ciencia (AEAC) y Presidente de su Consejo Consultivo.