La economía en la enseñanza media

Para acabar el verano os dejamos con un artículo de Juan Ignacio Palacio Morena, socio de la Asociación Española para el Avance de la Ciencia (AEAC) en el que nos explica la importancia de que en la Educación Secundaria se impartan conocimientos de Economía.


La economía en la enseñanza media

Por Juan Ignacio Palacio Morena

Aunque en mi opinión debería ser obvio, antes de abordar el tema de la enseñanza de la economía conviene señalar dos cuestiones básicas. Una es que la educación secundaria y el bachillerato (enseñanza media) debe proporcionar una cultura general que posibilite la inserción en la vida social y laboral del conjunto de la población. Es lo que coloquialmente se expresa diciendo «saberse mover por la vida», entender lo esencial del mundo que nos rodea. La enseñanza media ha ido perdiendo su propia finalidad para convertirse en un mero requisito para poder acceder a la universidad.

            La otra cuestión atañe al carácter social de la economía. La ciencia económica ha ido difuminando su condición de ciencia social al concebirse como una especie de metaciencia. Esa concepción de la economía se basa en unas pretendidas reglas de racionalidad que maximizan la eficiencia en el uso de los recursos y en tal sentido se convierten en principio y causa absoluta de la condición y el desarrollo humano. De ahí que la ciencia económica, concebida como si fuese la «ciencia de la racionalidad» tienda a avasallar a los demás campos de conocimiento. Resulta esencial replantear el fundamento de la ciencia económica y, por tanto, el contenido de su enseñanza. La mejor garantía para afrontar ese reto en la enseñanza media es su integración en una materia general de ciencias sociales.

              Uno de los aspectos fundamentales de nuestra cultura es lógicamente el ámbito social. Todos estamos inmersos, desde diferentes ámbitos y circunstancias, en un entorno social que conforma nuestro devenir personal. Dicho entorno implica en primer término un conjunto de relaciones sociales de carácter familiar, de círculos de amistad y vecindad, y de asociacionismo voluntario. Supone igualmente un conjunto de reglas sociales y normas jurídicas que regulan nuestra convivencia. Y, en última instancia, la disponibilidad de una serie de bienes y servicios necesarios para nuestra subsistencia y desarrollo personal.

            Esos tres ámbitos de relación, presentes en toda sociedad, son los que denominamos como: Sociedad Civil, adonde predominan los valores y recursos compartidos; Estado, que representa el interés colectivo y se vale de un conjunto de regulaciones de obligado cumplimiento; y Mercado, en el que mediante el intercambio se consiguen determinados bienes y servicios.

            Cada una de esas áreas se corresponde con un campo de conocimiento. La Sociología se ocupa del variado mundo de relaciones que configura la Sociedad Civil. El Derecho está vinculado, fundamentalmente, a la actuación del Estado. La Economía se centra en los flujos monetarios que se originan en lo que entendemos por Mercado. Dichos ámbitos de conocimiento y sus mutuas relaciones constituyen el objeto de análisis de las Ciencias Sociales.

            La formación en ciencias sociales debe comenzar por ayudar al alumno a tomar conciencia de esos diferentes núcleos de relación social. Las características del entorno familiar y geográfico en que vive, sus amistades y apoyos personales, las normas y obligaciones que tanto él como sus familiares, compañeros y amigos tienen que tener en cuenta, la delegación para ser representados en diferentes ámbitos de interés, los recursos materiales de que dispone su familia y la diversidad de situaciones que ve en su entorno inmediato, en su municipio, región, país, mundo. Es conveniente que en esa toma de conciencia se introduzca una perspectiva histórica, La situación presente tiene raíces profundas en el pasado. Igualmente es oportuno que se favorezca conocer ambientes ajenos a los que cotidianamente rodean al alumno,

            En lo que respecta a los asuntos económicos esa toma de conciencia implica preguntarse cómo se cubren las diferentes necesidades, cuál es proceso que va desde la producción hasta el demandante o consumidor final, qué y quienes intervienen en ese proceso, cómo se valoran las distintas tareas que en el mismo se realizan y cómo se forma el precio final. Esas operaciones suponen un intercambio en cual lo que para uno es una entrada, ingreso o input, es una salida, gasto u output para otro. En el caso de los factores productivos la aportación de capital o trabajo lleva consigo una recompensa en forma de beneficios o salarios para los que los aportan. Ese intercambio (compraventa) da lugar a un precio.

            Se puede partir de algún hecho concreto que forme parte de la experiencia cotidiana, por ejemplo la compra del hogar. Al tiempo que se analizan los aspectos estrictamente económicos de ese acto conviene destacar sus implicaciones sociales y políticas. El gasto y consumo del hogar presupone la existencia de un espacio de convivencia social como la familia, así como de un conjunto de regulaciones e infraestructuras colectivas que posibilitan el intercambio mercantil (mercados). Es fundamental no quedarse en lo descriptivo y en mostrar la transversalidad sino terminar fijando ciertos conceptos clave.

            Así se debe resaltar que la familia es un núcleo básico de convivencia donde se comparten valores y afectos que mueven a sus miembros a conseguir los bienes y servicios que necesitan y desean. Entre los miembros de la familia, o entre los amigos, son esos lazos compartidos los que predominan y en consecuencia, no se establecen relaciones mercantiles entre ellos. Lo que cada uno aporta se comparte, en vez de exigir un pago equivalente por ello. Igualmente cabe señalar que en el hecho de la compraventa subyace regulaciones o leyes que forman parte de la organización de la vida colectiva e imponen ciertos derechos y obligaciones. También se requiere la existencia de ciertas infraestructuras públicas (vías de transporte y comunicación, ordenación urbana, etc).

            Lo específicamente económico del acto de compraventa es el intercambio entre oferente o vendedor y el demandante o comprador, donde predomina el interés de cada parte, lo que se traduce normalmente en un precio o valor de intercambio. Cuando alguien compra o vende algo no es necesario que haya afinidad mutua o relación personal previa, ni que ambos estén obligados a comprar o vender a un precio fijado previamente por el Estado. Es el propio intercambio el que da lugar a la aparición de un valor (precio) que satisface los intereses de ambas partes, oferentes y demandantes.

            Descendiendo hacia lo microeconómico hay que explicar el sentido y alcance de  la competencia en los mercados. Más allá del ajuste de precios la competencia supone un equilibrio entre calidad (competencia como capacidad) y coste (competencia como eficacia). Así se dice que un determinado producto es de mayor o menor calidad, lo que en el caso de los servicios se relaciona directamente con el prestador del servicio (este médico es muy competente o este hospital es muy bueno); al tiempo que se, valora si hay cierta proporción entre la calidad y el coste, al afirmar es caro o barato. Ciertamente se trata de capacidades y apreciaciones que tienen un carácter subjetivo, no hay ninguna regla objetiva que determine la calidad y el precio. De ahí la importancia de la competencia, es decir de la posibilidad de que todo el que tenga un cierto recurso o capacidad puede ofrecerlo si así lo sea y que todo el tenga una necesidad o deseo pueda tratar de satisfacerlo acudiendo a comprarlo a los que ofrecen medios para satisfacer esas demandas.

            Una oferta y demanda competitivas no son posibles en entornos sociales y políticos donde predomina la desigualdad y el autoritarismo. Cuando no existen unas  condiciones en las que todos y cada uno de los miembros de una sociedad pueden desarrollar sus capacidades potenciales, la oferta se ve mermada en cantidad y calidad  e igual ocurre con la demanda. No hay capacidad para ofertar bienes y servicios suficientes en cantidad y calidad, ni para conseguir una demanda responsable y acorde a la oferta disponible si no se proporciona una adecuada educación para el conjunto de la población y no existe un entorno institucional que facilite y estimule la innovación (superación y mejora).

            Elevando la mirada hacia lo macroeconómico se entiende que a escala de un determinado territorio o circunscripción político-administrativa se alcanzan ciertos resultados y equilibrios o desequilibrios al agregar los diferentes flujos de intercambio, que se corresponden con la producción, la renta y el capital. Del equilibrio entre entradas y salidas o ingresos y gastos de producción se deduce el concepto de Producto Interior Bruto (PIB), de los movimientos de renta se obtiene como agregado final la Renta Nacional Neta Disponible y de los de capital la denominada Capacidad o Necesidad de Financiación.

            Desde esa perspectiva agregada es posible retomar el tema de la desigualdad según las distintas fuentes de renta (salarios, beneficios, rentas mixtas, prestaciones sociales), conectándolo con las raíces sociales y familiares, así como con las implicaciones jurídico-políticas (sistema impositivo y de gasto público) de la cuestión. Eso permite acotar el aspecto más estrictamente económico, que considera los determinantes de las desigualdades de renta, pero también los factores de orden social y político que contribuyen a configurar la distribución de la renta.

            La economía en la enseñanza media plantea algunos problemas comunes a otras materias y otros de carácter más específico derivados de una determinada concepción de lo que se entiende por económico. La pretensión de dar mayores contenidos científicos a la par que prácticos ha tendido a resolverse mal por confundir esos términos. Al pretender una formación científica prematura sin transmitir previamente ciertos conocimientos básicos elementales se ha tendido a ampliar el número de materias.

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 Esto ha supuesto una compartimentación excesiva del conocimiento y una exigencia impropia de una cultura general. A veces por exceso, impartiendo conocimientos que corresponden a los primeros cursos de una enseñanza superior de ámbito científico. Otras por defecto, al quedarse en cuestiones de carácter anecdótico o en ejercicios prácticos irrelevantes sin conexión alguna con la realidad. La existencia de un bachillerato de ciencias sociales es en sí misma significativa. Supone desligar demasiado tempranamente las ciencias sociales de otros conocimientos de carácter transversal, decisivos para la comprensión de dichas ciencias, como son las matemáticas y ciencias naturales, así como la lengua y la historia. Por otro lado, priva a las demás especialidades de bachillerato de los conocimientos básicos de ciencias sociales propios de una cultura general.

            Las cuestiones de carácter específico que plantea la enseñanza de la economía en la educación secundaria tienen que ver con la concepción de la economía como una especie de ingeniería que maximiza la eficiencia de cualquier recurso. Según la definición más extendida, propuesta por Lionel Robbins: «La economía es la ciencia que analiza el comportamiento humano como la relación entre unos fines dados y unos medios escasos que tienen fines alternativos». Esa concepción convierte a la economía en la ciencia de todo el orden social, dándole una extensión y enfoque que desvirtúa su contenido e incluso su carácter de ciencia social. Así lo advertía ya hace más de un siglo, Gumersindo de Azcárate:

Quesnay afirma la existencia de un orden natural, cuyas leyes deben ser respetadas y no perturbadas por el Estado, y en oposición á todas las máximas entonces en boga proclama la célebre del «laissez faire, laissez passer». Y ya se atienda al nombre de esta escuela, ya a los títulos de las obras de sus adeptos, ya al desarrollo de la doctrina en los mismos, no sólo comprendían en el cuadro de esta ciencia las leyes del orden económico, sino las de todo el orden social; dando así á la Economía una extensión indebida, pero que tiene fácil explicación, pues no es extraño que entonces no se distinguiera, como aun hoy no se distingue, de una parte la sociedad del Estado, de otra los organismos interiores que aquella contiene” (Azcárate, G., Estudios económicos y sociales, Madrid, Librería de Victoriano Suárez, 1876, p. 38. Reedición con estudio preliminar de J. I. Palacio: Gumersindo de Azcárate, Estudios económicos y sociales, Madrid, Ed. Cinca, 2018, p. 22).

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     La visión absorbente de la ciencia económica (economicismo) descansa en una determinada concepción del cuerpo social. Esa concepción considera que la sociedad no tiene entidad en sí misma sino que es el simple resultado de la interacción del comportamiento atomizado de los individuos, que actúan al margen de cualquier contexto o restricción social (individualismo). Desde esa perspectiva el Estado no es la consecuencia de una determinada organización social sino el resultado de un contrato entre individuos, como plantean Hobbes o Rousseau. La propia Sociedad Civil se confunde con el mercado. Esta concepción individualista de la sociedad, como simple suma de decisiones aisladas de sus miembros, conduce a interpretar toda relación social como un acto de carácter económico.

      Integrar la enseñanza de la economía en el marco de las ciencias sociales no tiene sólo un sentido pedagógico, facilitando una visión comprehensiva de los hechos sociales, sino que supone recuperar su propia identidad. Implica, por tanto, replantear su contenido. Como ya se ha apuntado empezar por explicar el sentido y alcance del mercado permite expandir el análisis tanto a escala microeconómico, introduciendo conceptos tan fundamentales como el de competencia, como macroeconómica, definiendo los principales agregados y ajustes como el PIB, la inflación o la distribución de la renta.

     Como advertía Edgar Morín:

     “La economía, que es la ciencia social más avanzada matemáticamente, es la ciencia social y humanamente más atrasada al haberse abstraído de las condiciones sociales, históricas, políticas, psicológicas y ecológicas inseparables de las actividades económicas. Por eso sus expertos se muestran cada vez más incapaces de interpretar las causas y consecuencias de las perturbaciones monetarias y bursátiles, de prever y predecir el curso económico incluso a corto plazo, El error económico se convierte, de pronto, en la primera consecuencia de la ciencia económica” (Edgar Morin, Los siete saberes necesarios para la educación del futuro, Paidós, Barcelona, 2001 (UNESCO, 1999), p. 51.)

Este enfoque económico propicia algunos equívocos o confusiones que se han convertido en uso común. Así, por ejemplo, para referirse a la formación en economía se utiliza el término educación financiera. No sólo es una simplificación sino que induce de hecho a una transmutación. Lo financiero se pone por delante de lo productivo, distorsionando el sentido del proceso económico.

            Otro equívoco usual es reclamar para la formación económica el hecho de inculcar en los alumnos el sentido de iniciativa y espíritu emprendedor. Esa es una actitud y capacidad que se desarrolla, fundamentalmente, en un determinado entorno social y económico, pero que no se transmite de forma exclusiva ni prioritaria desde las enseñanzas de economía. Con ello además se suele confundir el partir de cuestiones concretas con adquirir un conocimiento específico que sólo la práctica en un entorno real puede dar.

            Resulta paradójico que se pretendan inculcar valores cívicos con asignaturas como la «Educación para la ciudadanía», mientras en la enseñanza de las ciencias sociales predomina una concepción individualista. Según esa concepción la sociedad carece de identidad propia pues es el simple resultado de la confluencia de decisiones aisladas que cada individuo toma al margen de cualquier criterio ético o influencia del entorno social. Estamos ante el «homo económicus» como modelador social. Unas mal entendidas relaciones mercantiles hacen del mercado el principal elemento de vertebración social. Se coloca al Estado en una posición supeditada a las necesidades del mercado y se destruye el sentido de la Sociedad Civil. El individuo ideal es el que prescinde de cualquier condicionante o referencia social para convertirse en un mero consumidor y/o productor.

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            La enseñanza de la economía en la educación secundaria y el bachillerato es fundamental puesto que los aspectos económicos forman parte esencial de la vida cotidiana. De hecho mi impresión es que, en términos relativos, hay mayor incultura entre nosotros en materias sociales y de economía en particular, que en otros campos de conocimiento. Lo que es un error es desligar los aspectos económicos de los demás procesos sociales, al partir de una visión economicista que reduce a las personas a simples agentes económicos y distorsiona la comprensión de los hechos económicos.


Juan Ignacio Palacio Morena es Catedrático de Economía Aplicada en el Área de Economía Española e Internacional de la Universidad de Castilla – La Mancha.

Una versión de este artículo ha sido publicada en la web de economistas frente a la crisis.

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