La sociedad necesita una voz única desde la ciencia ante las crisis energética y climática
Estamos ante un acontecimiento feliz para esta sección de la AEAC. Se sube hoy a la misma el primer artículo de opinión (basado en el pensamiento crítico) del secretario general de la AEAC, Higinio González que asumió dicho puesto, fundamental para el buen funcionamiento de la asociación, por designación del presidente hace poco más de un año, es ingeniero de Caminos y ha trabajado en el ámbito de las empresas de la construcción, hoy jubilado. Es un ciudadano interesado por la ciencia, la técnica, y de modo particular le preocupan la energía y su relación con el medio ambiente, preocupaciones sustentadas en un profundo poso cultural y lector. Siempre ha expuesto con toda firmeza que no es científico, pero es un socio de perfil muy adecuado para la AEAC como lo son y lo serán tantos otros profesionales de cualquier edad y de ambos géneros interesados por la ciencia y su relación con la sociedad.
En su paso por la AEAC, y de modo especial desde que se ocupa de su organización, ha ido mostrando un creciente afán por apostar por difundir la cultura científica y técnica, por la divulgación de las mismas.
El texto que ha preparado supone una importante toma de posición sobre la necesidad de aunar esfuerzos, sorprendido por los debates sociales ante las crisis energéticas y ambiental que nos asolan, presididos más por protagonismos excesivos que por facilitar apoyos a la ciudadanía. Se ha inspirado además en un reciente proyecto realizado en el CIEMAT bajo la dirección de una socia fundadora de la AEAC, Ana Muñoz, que explora de manera innovadora las dinámicas de pensar la ciencia y cómo reaccionar ante ellas en una cuidada muestra de ciudadanos de nuestro país.
El resumen ejecutivo del proyecto ‘Pensar la Ciencia. Una mirada desde diferentes prismas’(1), redactado por el equipo que dirige Ana Muñoz Van den Eynde, me ha llevado a pensar que existe un grave problema en el modo de presentar la crisis ecológica a la Sociedad.
Creo que se puede afirmar que existe un gran consenso respecto a la existencia de dicha crisis y que los negacionistas son ya solo una minoría ruidosa… pero que aprovecha las discordancias entre los diversos mensajes que la Ciencia envía.
Mientras el fantasma de la crisis energética no asomó las orejas, el problema radicaba solo en si podríamos combatir la crisis climática, reduciendo las emisiones de gases de efecto invernadero, antes de que los efectos fueran irreversibles.
Cuando hace unos quince años empieza a hablarse del colapso energético, empieza también a romperse el discurso común, justo cuando empezaba a imponerse sobre el discurso negacionista.
Hoy son ya bastantes las voces que claman por un fin de la cultura del PIB (basada en su aumento continuo) como único camino a seguir, a la par que cuestionan su valor como indicador del bienestar humano. Una parte de estas voces abogan claramente por un decrecimiento del consumo, y por tanto del gasto energético. Al extremo de éstos se situarían los colapsistas, prediciendo el fin de las energías fósiles por agotamiento de las mismas y la vuelta a los tiempos previos a la industrialización (cosa que aplaudirían los movimientos neoluditas), lo cual solo se evitaría si el decrecimiento fuese controlado, tal como describen Jason Hickel y otros en un artículo de la revista NATURE de 12 de diciembre (2).
Son muchos dentro del mundo científico y sobre todo del tecnológico, los que confían en las energías renovables, utilizando las energías eólica, solar y la proveniente de las mareas, mientras que una minoría afirma que no existe materia prima suficiente para fabricar tantas placas solares o molinos eólicos y/o que su fabricación y posible reciclaje consume casi tanta energía fósil como la que producen a lo largo de su ciclo de vida, al margen de que solo producen energía eléctrica, que es solo una parte de la energía total necesaria y muy especialmente, que la generación es discontinua y difícilmente previsible.
Como resultado de la tesis anterior resurge la pulsión por la energía nuclear de fisión, como un modo de ganar tiempo mientras llega la de fusión, garantizando una producción constante (o no tan constante como estamos viendo en Francia) y no sujeta a los caprichos del clima.
Mientras tanto una mayoría de ciudadanos contempla con estupor estas discusiones entre colapsistas, decrecentistas, partidarios de la energía nuclear o de las renovables, en las que no siempre brilla el rigor científico sino las descalificaciones entre contrarios, y pensando, de momento, que la ciencia acabará resolviéndolo.
Esta esperanza en una solución científica podría menguar rápidamente si se percibe a la ciencia como un movimiento utilitarista según señala el texto citado en el primer párrafo……
‘está detrás del uso de la ciencia en la confrontación política. Se ha hecho también presente en la esfera de la ciencia, como refleja la creciente orientación a obtener beneficios mediante el impacto (científico, mediático y/o social) de las publicaciones científicas. Por lo tanto, un importante problema en la relación entre la ciencia y la sociedad es que la versión utilitarista se está volviendo dominante, lo que está teniendo importantes consecuencias: su rechazo se está extendiendo y generalizando a los otros tipos de ciencia, hace que la ciencia deje de verse como un bien público y contribuye a basar el discurso sobre ella en su supuesta infalibilidad’.
Si esto llega a ocurrir y el ciudadano pierde la fe en la ciencia se desandará todo el camino recorrido y abriremos de nuevo la puerta a los negacionistas, con un frente unido y muy claro, que además promete perpetuar las ventajas del consumismo actual.
Siguiendo con la cita:
’la relación entre la ciencia y la sociedad no parece pasar por su mejor momento. En un contexto de mala salud social, hay evidencia de que se está produciendo una disminución en la confianza de la sociedad en la ciencia que, por tanto, está perdiendo credibilidad, sobre todo en su rol de asesoramiento o guía para la toma de decisiones políticas, pero también para las que implican la vida cotidiana de la población. Una de las principales causas estaría en el peso que tiene, en el discurso público sobre la ciencia de los agentes económicos y de las instituciones políticas, el énfasis en los beneficios económicos de la ciencia.’
A raíz de la post-Pandemia, continua el resumen ejecutivo:
‘La consecuencia más directa fue el desconcierto, incluso la preocupación, por una ciencia que ofrecía resultados y respuestas contradictorios en un momento en el que se le demandaba una certeza que no podía satisfacer. Los resultados obtenidos reflejan el notable desconocimiento de la naturaleza de la ciencia, es decir, de su funcionamiento, por parte de la población española.
Este rechazo está generado por una percepción negativa de la ciencia al servicio de la economía y la política, por lo que se rechaza la posibilidad de que participe en la toma de decisiones’.
Y propone como solución:
‘sería muy positivo fomentar una ciencia ciudadana que contribuyera a hacer la ciencia que necesita la sociedad contando con la implicación directa de la ciudadanía en la identificación y definición de los problemas y en la propuesta de soluciones. Y participando activamente en la búsqueda de esas soluciones en los casos en que los y las ciudadanas deseen hacerlo. De este modo, la ciencia ciudadana sería una ‘clase’ de ciencia centrada en obtener conocimiento científico orientado socialmente con la participación activa de la ciudadanía’.
Si aplicamos esto mismo al problema descrito al inicio parece necesario que sea la ciudadanía, quien exija a los científicos que abandonen egos personales y fidelidad a escuelas, unifiquen sus criterios, que se autoapliquen el método científico contrastando sus, tan dispares, opiniones y expongan con una voz claramente mayoritaria, practicando generosamente lo que Federico Mayor Zaragoza reclama como “deber de memoria, delito de silencio“(3), la gravedad (o no) de la crisis a la que nos enfrentamos y como debemos afrontarla a partir de una postura común que incluya aquello en lo que todos están de acuerdo, y aparcando las divergencias en lugar de desgañitarse en redes sociales clamando unos contra otros.
Higinio González es Secretario General de la Asociación Española para el Avance de la Ciencia (AEAC).
(1) http://documenta.ciemat.es/handle/123456789/1556
(2) https://www.nature.com/articles/d41586-022-04412-x
(3) Federico Mayor Zaragoza ( 2022), “Deber de memoria, delito de silencio”: https://www.other-news.info/noticias/deber-de-memoria-delito-de-silencio/