Monedas digitales: personas y sociedad ante las nuevas opciones digitales

Resumen:

Hoy os dejamos con un artículo de Cesar Ullastres, Socio Promotor de la Asociación Española para el Avance de la Ciencia (AEAC) sobre las Monedas digitales en el marco de la presentación del libro «Monedas Digitales» de la Fundación FIDE.

«La tecnología no deja de ser la aplicación de técnicas, principios y causas que surgen de la investigación, aunque aquí se usen más las matemáticas que los microscopios  y no deja de tener resultados que irrumpen en nuestras vidas, muchas veces sin pensar y como he dicho muchas veces, la innovación tecnológica, dejada a su albur, entregada a su propia inercia, si no es innovación social plena puede quedarse en pura, estéril y hasta peligrosa maquinaria». – Cesar Ullastres.

Por Cesar Ullastres:

Este texto tiene su historia. Antonio Rodríguez de la Heras, amigo y maestro de verdad desde hace más de treinta años, me convocó a participar en Noviembre de 2019 en el grupo monedas digitales que organizó la Fundación FIDE. A finales de febrero le mandé un texto, basado en mi experiencia y con la mirada de usuario del dinero, con la idea que lo completara y recabáramos aportaciones del resto de los participantes del grupo de trabajo. Fatalmente a Antonio le pudo la Covid y en FIDE me propusieron seguir con el trabajo, lo que hice mientras la primavera inundaba toda la Sierra Negra de Guadalajara.

Solo tenía unas notas de Antonio de la exposición que hizo en FIDE a finales del año pasado que reflejaban su idea motriz de siempre: “el futuro está por hacer”. Espero que el texto la refleje y permita la creación de escenarios posibles a todos los concernidos, entre otros, a nosotros, todos los ciudadanos que más allá de las críticas deberíamos ser más activos en la configuración del entorno digital en el que estamos inmersos sin apenas participar.

El dinero se caracteriza por tener tres propiedades: es una unidad de cuenta, sirve como medio de pago y como depósito de valor. Existen tres tipos de dinero: i) el dinero mercancía, bienes y objetos que tienen valor por sí mismos  y además valor de cambio para ser utilizados como moneda; ii) el dinero representativo, que tiene la cualidad de poder convertirse en el activo que representan (oro, plata, petróleo, etc) y iii) el dinero fiduciario que es un certificado sin activo subyacente que no tiene valor de uso pero si valor monetario por el simple hecho de que las personas de que las personas deciden que lo tiene. Se basa puramente en la confianza. Se usa por la confianza generalizada en su aceptación como medio de pago y en que su valor se mantendrá estable en el tiempo.

El dinero es confianza y la confianza es tangible e institucionalmente identificable. Tenemos y debemos lo que dice el banco y ante el advenimiento de más formas de dinero, móvil, digital, privado, regional o supranacional, nuevos tipos de lugares emergen y reclaman nuestra confianza.

El filósofo Zygmunt Bauman habló con gran acierto de que vivimos en un mundo líquido, pero el mundo digital que entre todos estamos formando es, más bien, húmedo. Es la densa y penetrante humedad de ceros y unos que lo reblandece todo. Si una construcción se agrieta se puede, al menos, apuntalar; pero si se reblandece no hay puntal que lo retenga, se desmorona. Se reblandecen las referencias, las certezas, las instituciones y modelos hasta ahora firmes.

Ante este escenario de inconsistencia, los humanos hemos evolucionado de forma trascendental superando dificultades y superando la incertidumbre del entorno generando diversidad y diferenciación. Pero con la fenomenal complejidad cerebral humana aparece otra capacidad: la de prever, la de imaginar lo posible convirtiendo abstracciones en realidades, la de crear el “por venir”, el futuro por hacer. La potencia de esta capacidad se ha mostrado rápidamente con el avance de la rama evolutiva que ha abierto el ser humano. Hoy, este potente recurso es indispensable como forma de disipar la densa y húmeda niebla de ceros y unos y sus efectos que es lo primero que nos encontramos cuando miramos al futuro.

Nuestro sistema de creencias compartidas permitió que el trueque funcionara hasta que la abundancia acabó con él a través del dinero resolviendo el problema de la doble coincidencia de deseos en la que se basaban los trueques. El sistema de intercambio que inventamos se basó en acuñar moneda, algo manifiestamente insuficiente en la era industrial, y por ello nació la banca, el dinero bancario, las bolsas de valores y los instrumentos financieros y ello permitió el tránsito del capitalismo industrial al financiero, donde la especulación se manifestó en un estado más puro. Hoy estamos asistiendo al nacimiento y rápido desarrollo de la llamada Internet de las Cosas, las máquinas ya se hablan y pronto, como nosotros, empezarán a comerciar entre ellas.

Las tecnologías distribuidas y el blockchain emergen y permiten nuevos modelos de desintermediación que cuestionan prácticas e instituciones que conocemos y son una seña más de la evolución hacia algo tan inimaginable como en su momento fue la información en red y antes los modelos de producción en cadena. Se pierde privacidad, se gana en eficiencia y eso es la evolución: una secuencia de cambios cada vez nos deja menos tiempo para las miradas al pasado.

A día de hoy, el capital ya no espera extraer su plusvalía explotando a los trabajadores sino secuestrándonos a todos como consumidores. Las actividades tecnocientíficas son estrictamente competitivas. Sus agentes, al llevarlas a cabo, pugnan por la maximización de beneficios, sean estos económicos, militares, políticos, sociales y culturales, así como científicos y tecnológicos.  Como dice Javier Echeverria, una persona es tanto más tecnopersona cuanto la regla de maximizar sus propios beneficios orienta más sus acciones, en particular cuando estas tienen lugar en el entorno digital y con intervención de sus tecnologías.

Las industrias que se basan en modelos de plataforma como las redes sociales cambian la forma de hacer negocios y nos proporcionan, casi de inmediato, un vasto universo de compradores y vendedores pudiendo reducir los costes de transacción prácticamente a cero. Los que venden (que también pueden comprar) y los que compran (que también pueden vender) tienen aparentemente la misma información y ambos generan ingresos, directa o indirectamente, para los propietarios de las plataformas.

No es de extrañar que la evolución natural de esas compañías sea el facilitar a sus usuarios sistemas de pago y que mejor para eso que poner a su disposición sus propios sistemas para hacerlo. Facebook lanzó la primera señal cuando puso en marcha su proyecto Libra de moneda digital. Para ello  tecnologías como blockchain bajo su gobernanza les permiten seguir escalando en su crecimiento, aportando medios de pagos universales y complementarios con las actuales monedas, permitiendo la transferencia de datos codificados de manera segura. En esta transferencia no es necesaria la presencia de un intermediario centralizado único que identifique la información, está configurada a través de nodos independientes entre sí que registran y validan las transacciones sin que medie conocimiento o haya que generar previamente una situación de confianza entre ellos. Y, además, les resulta más barato. Acabar con la dominación del mercado por parte de grandes empresas separando sus diferentes negocios o reduciendo su tamaño es algo que ya se ha hecho con los monopolios naturales de los que disfrutaban las compañías telefónicas, eléctricas o de transporte. A pesar de la resistencia que este tipo de medidas puede generar, es difícil pensar que no se deba actuar desde las instituciones públicas cuando el poder de estas compañías no ha conocido límites desde su creación.

Si es verdad que cada época ha tenido memes y lemas que impulsan la vieja idea de eliminar al intermediario y los bancos son el intermediario por antonomasia al que todos estamos sometidos. La idea de los reformistas luteranos de que la fe y el diálogo directo a través de la lectura de los textos bíblicos es suficiente y no hacían falta sacerdotes bien podría ser ahora la de la fuerza de los números de la era bitcoin por la que decidiéramos poner nuestra confianza en el marco matemático que le da soporte, libre de intereses, políticas o errores humanos.

Sin embargo,  a las monedas digitales todavía les queda en trecho para que podamos considerarlas una innovación y mucho menos una disrupción. La auténtica innovación, más allá de que sea una palabra que profusamente utilicemos para definir cambios, es algo que nos cambia la conducta como consumidores, proveedores o ciudadanos. La innovación real transforma. Las novedades sin más no transforman para nada. Todos los días hay un día nuevo. Pero innovaciones hay muy pocas porque, si a uno le sucede una innovación, le transforma, le cambia la vida, hace las mismas cosas de otra manera. Las monedas digitales están en plena ebullición y todavía está por ver si su uso confirmará o no si se trata de una innovación. Lo serán cuando lo acepte mayoritariamente el mercado.

No obstante, la ensalada de siglas, acrónimos, conceptos que actualmente rodean al mundo de las monedas digitales para el común de los mortales, como yo, indica, sobre todo, desconcierto y provisionalidad.

La aparición de las monedas digitales en 2008 no es un cambio estrictamente global pero sí complejo, pues abarca multitud de hechos con consecuencias inciertas y manifestadas en lugares y tiempos distantes. La complejidad entraña desigualdad y gradación: desigualdad porque lo complejo, por serlo, no afecta a todo por igual; gradación porque esa misma desigualdad se da en grados distintos.

La complejidad no se puede medir, no es una magnitud, no tiene límites. Para analizar la complejidad no vale el conocido método de dividir el todo en partes, saber que hacen cada una de ellas y luego volverlas a juntar. El análisis de lo complejo exige recorrer un camino. Hacerlo genera incertidumbre y tenemos que tener confianza en que lo podemos hacer para emprenderlo. Primero en nosotros mismos y luego en quien nos vaya acompañar a recorrerlo porque inevitablemente lo tenemos que hacer con otros que disponen de los saberes que hacen falta para el viaje y que nosotros no tenemos.

El tríptico de “El jardín de las Delicias” de el Bosco es un cuadro que tiene dos partes. Una cubre a la otra que durante los años que paso con Felipe II en El Escorial estuvo, casi siempre, cerrada representa a la Creación y está pintada una esfera,  un sitio oscuro, brumoso donde se vislumbran elementos que se unen, se entrelazan y se separan. Cuando se abre, aparece un tríptico lleno de color. A la izquierda el paraíso, un jardín lleno de animales y plantas, el creador presenta Eva a Adán. En el centro, un montón de personas realizan tareas de su vida cotidiana, comen, trabajan, se aman y sueñan. En la derecha, el infierno donde los aprendices de Pedro Botero practican toda serie de maldades a los que parece que han sido malos.

Imaginemos que la esfera que cubre el interior cuando el cuadro está cerrado es Internet. Esa es la concepción de la infoesfera que abarca toda nuestra vida cotidiana y que muchos defienden. Yo, como Antonio, pienso que es más sugerente la idea El Aleph de Borges, una bola pequeña y brillante donde todos y cada uno tenemos todo a nuestro alcance.  De hecho la idea de que la infoesfera sea común para todos cada vez está más en cuestión, en la Red ya se están produciendo movimientos que la alejan de su vocación universal, movimientos que reflejan la situación geopolítica actual. Y precisamente es ahí, en la infoesfera, donde se tendría que acordar y diseñar regulaciones y las medidas de seguridad que todos necesitamos para confiar.

El caso es que las personas, en general, nos gusta vivir tranquilos, disfrutar con los demás de lo que nos rodea y para hacerlo elegimos las herramientas que nos permitan hacerlo del mejor modo posible. La mayoría vivimos en el centro del tríptico de la obra del Bosco, muchas veces reducidos por la propaganda  a la condición de meros y radicales consumidores, convencidos de nuestra profunda singularidad transformando todos nuestros deseos en mercancías al alcance de la mano.

Pensemos ahora que en la tabla de la izquierda están los que defienden esa tecnología, sobre todo, porque piensan que van a hacerse con un trozo del negocio y a la derecha los que no, defendiendo la posición que ocupan. ¿Cabe pensar en una vía de aproximación intermedia que supedite el avance tecnológico a las verdaderas necesidades humanas? Sin duda, para conseguirlo todavía se precisan grandes dosis de alfabetización digital y una decidida voluntad de participación ciudadana para determinar cómo regular el uso de las tecnologías que soportan las monedas digitales. Dejada a su albur, entregada a su propia inercia, la innovación tecnológica si no es innovación social plena, puede quedarse en pura, estéril y hasta peligrosa maquinaria. Es necesario politizar la tecnología, convertirla en objeto de controversia social

Para consultar el texto completo del grupo de trabajo, acceder aquí:

Autor:

Cesar Ullastres es socio promotor de la Asociación Española para el Avance de la Ciencia y miembro de su Junta Directiva.

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