Presentación de la Coordinadora Marea Roja de la investigación
Presentación de la Coordinadora Marea Roja de la investigación
12/09/2020
Por Cesar Ullastres
Entre las principales carencias del sistema de Ciencia y Tecnología español destaca: la falta de transparencia en el acceso a la carrera investigadora, la inestabilidad de sus trabajadores más jóvenes y la falta de perspectivas laborales.
Desde la Asociación Española para el Avance de la Ciencia – AEAC, defendemos que la carrera de los trabajadores de la ciencia sea un trabajo decente, donde haya oportunidades de acceder a un empleo productivo que genere un ingreso justo. Que garantice la seguridad en el lugar de trabajo y asegure la protección social para sus familias, con libertad para que los individuos expresen sus opiniones, se organicen y participen en las decisiones que afectan a sus vidas, y la igualdad de oportunidades y trato para todos, tanto para hombres como mujeres. Y, sobre todo, donde estén claras las perspectivas de desarrollo profesional de sus profesionales.
También, creemos que la gobernanza de la ciencia la han de hacer los científicos por dos razones: porque son ellos los que verdaderamente conocen el oficio de hacer ciencia y porque su sistema de evaluación por pares puede garantizar con la mayor pulcritud el desarrollo de sus carreras sobre la base de sus logros profesionales.
El Artículo 44 de la Constitución Española señala que los poderes públicos tienen la obligación de promover la ciencia y la investigación científica en beneficio del interés general o el Artículo 27 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos toda persona tiene derecho a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten. Por tanto, la ciencia es un bien público al que tenemos derecho. Y lo cierto es que los poderes públicos, si no hay una presión social ejerciendo estos derechos, sitúan a la ciencia en una posición subalterna.
Como dice mi amigo Antonio Lafuente, hacer ciencia involucra grandes inversiones, costosas infraestructuras, sofisticadas relaciones internacionales, ingentes contrataciones, múltiples edificios, numerosas leyes, gobernanzas diversas y, desde luego, la gestión de expectativas sometidas, a veces, al insaciable afán de algunos: presupuestos, nombramientos, premios y carreras individuales. En la ciencia hay científicos o científicas, congresos, revistas y laboratorios, con sus instrumentos, reactivos y computadores. Son la parte más visible, pero están acompañados por una corte gigantesca de actores que sería injusto no mencionar, o seguir invisibilizando, tal y como se hace habitualmente.
Hay muchos más trabajadores de la ciencia. Hay gestores, técnicos, ayudantes, administrativos, personal con contratos en formación y estudiantes, además de un sin fin de roles imprescindibles que van desde los editores, vendedores de técnicas, divulgadores a los decanos, rectores y ministros. Hay máquinas, presupuestos, convocatorias, dictámenes, prioridades, comisiones, laboratorios, redes, libros blancos y planes estratégicos. Todos y todas forman eso que llamamos ciencia. Todos y todas son necesarios y su organización es fruto de una inteligencia colectiva y persistente. Nada es porque sí y llegar a donde estamos ha necesitado de un gigantesco trabajo invisible y secular. Y todavía hay más.
Cometeríamos un grave error si dejáramos de mencionar a los empresarios, los donantes, los inversores, los emprendedores y los concernidos, colectivos que se expresan mediante fundaciones, organizaciones gremiales o sindicales, asociaciones profesionales, movimientos sociales, agrupaciones ciudadanas o comunidades de afectados. Hay una enorme inteligencia organizacional para que toda esta maquinaria funcione.
La I+D española emplea a algo más de doscientos mil investigadores, lo que supone un promedio de 3 investigadores por cada mil habitantes, una cifra que está muy por detrás de la media europea de más del doble. A nivel mundial ocupamos la discretísima posición 28 y solo el 0,8 por ciento de nuestra población tiene un título doctoral. Son pocos en general y en España menos aún. Hasta cierto punto es normal, los investigadores están sometidos al esfuerzo ímprobo que hay que hacer para llegar a ser considerado por sus pares.
Como sostiene Irene López, los investigadores tienen el bien más preciado, el conocimiento, además son los guardianes y portadores de las instrucciones de cómo crearlo, el método científico y, por si fuera poco, estos, sus activos son públicos, son de todos los ciudadanos. Y yo añado, la ciencia es un bien común, es de todos.
La Comisión Europea alertó el pasado año de que España había «reducido considerablemente su base investigadora en los últimos años». Según un informe del Observatorio de Investigación e Innovación, se han perdido 12.000 científicos desde 2010, lo que supone «un retroceso en sus recursos humanos a los niveles del año 2007».
Y no es de extrañar que las cosas vayan así, la evolución de la inversión pública y privada en ciencia en nuestro país no tiene nada que ver con lo que ocurre en nuestro entorno más próximo.
Mientras los países de nuestro entorno afrontaron la crisis financiera invirtiendo más en I+D, nosotros, aquí, hicimos lo contrario.
Entre medias, más de 30.000 investigadores trabajan fuera de España ¡El quince por ciento de los investigadores que formamos aquí están trabajando fuera! Y, lo que es peor, el 17% de los pocos que pueden volver porque encuentra una plaza dicen que prefieren volver a irse porque las condiciones laborales aquí son lamentables.
Ya saben Uds. que es lo que estamos haciendo con uno de los bienes más preciados, lo exportamos sin recibir nada a cambio.
Coincido con Xavier Ferras en que en un mundo dirigido por la tecnología, no compiten las empresas, compiten los sistemas nacionales de innovación y el nuestro, ciertamente, se caracteriza por una alarmante desconexión entre la I+D y la innovación que aunque son cosas distintas, si se relacionan, es la mejor manera de conseguir los mejores resultados.
La política industrial, largamente desprestigiada por la elite académica, entra definitivamente en juego. Se multiplican los artículos de expertos y conversos que reclaman ahora acciones de reindustrialización rápida, inteligente (basada en innovación), sostenible (respetuosa con el medio ambiente) e inclusiva (generadora de empleos de calidad). La necesidad de estructuras productivas próximas y fiables anticipa un fenómeno de reconcentración de actividades en las economías avanzadas. Hoy, la política industrial no va de escoger sectores ganadores, sino de desarrollar plataformas de conocimiento en inteligencia artificial, supercomputación, biotecnología, dispositivos médicos o nuevos materiales de las que emanen nuevos modelos de negocio y empleos de calidad que estabilice nuestra sociedad. Hay que hacer más y mejor ciencia. Pero, sobre todo, hay que conseguir que la industria tenga una sólida base científica. No se entiende una política científica despreocupada de la investigación industrial, ni una política industrial que no pase por incrementar la I+D empresarial.
Nuestra actividad económica tiene hondas raíces en la construcción y en sectores de muy bajo nivel tecnológico, como el turismo. Las empresas están acostumbradas a comprar tecnologías de otros cuando le hace falta y con el sentimiento mítico de que es en la ciencia, en sus laboratorios, donde se gestan las ideas que en el futuro nos darán de comer, pero están de espaldas a ella. Y, por otro lado, nuestra comunidad científica, engolada por ocupar la décima posición en investigación y publicaciones a nivel mundial, lo que no es fácil, y sometida a la presión de una carrera ultracompetitiva, como es la lucha por la publicación como elemento de promoción personal, no tiene apenas contacto con el sector productivo. Se configura así un contexto en el que no pinta un futuro nada halagüeño.
Apoyamos a la Coordinadora Marea Roja de la Investigación donde queremos defender, desde el Grupo de Trabajo de Políticas Científicas, el derecho que tenemos todos, aportando nuestro esfuerzo con una aproximación muy diferente a la tradicional. No se trata de demandar sólo nuevos y mayores recursos, se trata de entender no lo que demanda la comunidad científica, sino escuchar a la sociedad española para ver como el conjunto de las ciencias, desde las del ámbito STEM, biosanitarias o las humanidades y ciencias sociales son capaces de hacer y ayudar, entre todos, a implementar un nuevo modelo social, más justo, solidario y, por supuesto, saludable.
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Intervención de Cesar Ullastres, socio promotor y miembro de la Junta Directiva de la Asociación Española para el Avance de la Ciencia (AEAC) durante la presentación, el pasado 12 de Septiembre, de la Coordinadora Marea Roja de la Investigación, que aglutina a más de una quincena de grupos, colectivos y sindicatos, que exigen situar la ciencia como palanca clave para la reconstrucción con mayores recursos y menos precariedad laboral del personal investigador.
La AEAC forma parte de esta coordinadora y desde el primer momento ha estado apoyando las iniciativas que han ido surgiendo desde estos movimientos sociales en apoyo de la investigación y la ciencia.