El virus de la Covid-19 sigue descubriendo fallos ecosistémicos: El turno de la ciencia
Los autores reflexionan sobre como la ciencia se ha colocado en el centro del debate político aupándola como un referente de la sociedad en estos tiempos de crisis y como a pesar de ello ha sufrido embates de corte político relatado a través del caso del polémico uso de la cloroquina frente al coronavirus.
A este SARS-CoV-2 sigiloso, pero a la vez altamente litigioso, se le están atribuyendo muchas potencialidades. Los más optimistas preocupados socialmente llegan a declarar que va a cambiar el mundo, o al menos transformar nuestra sociedad configurada tras cuarenta años de estrategia neoliberal, tan definida en sus objetivos y tan contradictoria en sus resultados que ha sido identificada con variadas denominaciones. De lo que no hay duda a estas alturas de la pandemia es que se ha colocado a la ciencia en el centro del debate político y en el corazón del discurso mediático aupándola como un referente de la sociedad en estos tiempos de crisis. Sin embargo, esto no ha podido evitar que al sistema de ciencia y tecnología le haya tocado el turno de sufrir embates de corte político e incluso de experimentar una conmoción brutal en los primeros días del mes de junio.
Ciencia y democracia.
Preocupados por el futuro de la democracia liberal, a principios de agosto de 2019 y en línea con nuestra adscripción al bando de la ciencia y de sus metodologías, publicamos un artículo en el que se comparaban ciencia y democracia; artículo que gozó de una audiencia notable desde su publicación ,si bien lo más interesante es que a partir de septiembre viene registrando un incremento de lectores modesto pero constante.
Esto es un indicador de que la preocupación por el futuro de la democracia atrae la atención de la reflexión académica como también se pudo comprobar durante el desarrollo de un programa sobre conocimiento transversal que se gestiona desde la Universidad de Málaga en el que se presentó y publicó una ponencia con el título “La democracia está en peligro, ¿se ha dado cuenta el capitalismo neoliberal?”
Políticas fascistas y ciencia en democracia. Un libro oportuno.
El libro es de Jason Stanley, un filósofo del lenguaje, que apareció en inglés en 2018, en pleno ejercicio de la presidencia de Donald Trump e inspirado por ello, con edición en castellano a principios de 2019.
Las tesis fundamentales del libro se resumen a nuestro juicio en una frase: existen políticas fascistas en sistemas democráticos. De él extraemos algunos elementos útiles para explicar cuestiones relacionadas con la ciencia y las políticas científicas.
La apelación a un pasado mítico (por ejemplo, America first) que permite establecer fronteras en contra del universalismo de la ciencia. La propaganda con su incidencia en los procesos de comunicación de la ciencia. El antiintelectualismo orientado a debilitar el debate público en lo que atañe a la educación, los conocimientos especializados y el lenguaje, algo claramente contrario a la ciencia y sus prácticas. La irrealidad en la búsqueda de atacar a los lugares del saber que representa como ejemplo la universidad y no distinguir entre la verdad y la mentira. La jerarquía para ir contra la cooperación necesaria en el ejercicio de la actividad científica. El victimismo que facilita la separación entre “ellos” y “nosotros”, tan contrario a la necesidad de compartir conocimientos para poder progresar en la producción de los conocimientos. Termina Stanley en el epílogo señalando que todos los mecanismos de la política fascista están concertados de forma que se pueden dar la vuelta con argumentos engañosos de que hay élites corruptas que ignoran la libertad, la conquistada por “nosotros”, algo que suena a las antípodas del método científico.
La crisis de la política científica.
La política científica moderna nace tras la segunda Guerra Mundial con el Informe “Science. The Endless Frontier” (Ciencia, la frontera sin límites). A partir de ahí arrancan los mecanismos de gestión de la ciencia que han sido imitados en el mundo occidental, mirando con admiración al sistema estadounidense que ha dispuesto para sus presupuestos y planes de acción de la dependencia directa del presidente del Presidente de los Estados Unidos y de su Oficina dirigida por el asesor presidencial, habitualmente una figura de gran prestigio del campo científico o del ámbito de la tecnología. Todo ello ha sido desmantelado al menos efectiva y funcionalmente durante el mandato de Donald Trump con denuncias menos intensas de lo que hubiera sido necesario ante la personalidad de un presidente que ejercita políticas fascistas de acuerdo con lo expuesto anteriormente. Hubo algunos periodos y acciones de activismo científico, pero la comunidad científica, en debates que se recogieron durante los dos primeros años en Science y The Scientist, mostró dudas y reticencias ante un activismo que habría sido necesario como ha desvelado la gestión de pandemia de la Covid-19. Nature hizo, asimismo, una denuncia sobre la situación, que inspiró la contribución de uno de los autores de este artículo en Espacio Público bajo el título “Trump, el lado oscuro de la política de (y para) la ciencia”.
La cloroquina, el medicamento de la división.
La cloroquina, y su derivado menos tóxico la hidroxicloroquina, son medicamentos que se usan como tratamiento frente a la malaria y en algunas enfermedades autoinmunes como la artritis reumatoide o el lupus eritematoso sistémico. Desde su descubrimiento en 1934 ya se pudo ver que se trataba de una molécula muy tóxica, por lo que estuvo en desuso durante muchos años, hasta que se descubrió su efecto terapéutico en la prevención y tratamiento de la malaria. Con la llegada de la Covid-19 se ha puesto el foco mediático e ideológico en este medicamento, debido a que tras los brotes de SARS-CoV-1 y MERS se ensayaron in vitro miles de medicamentos para tratar de reducir la infección por estos virus; entre ellos se encontraba la cloroquina. En China y posteriormente en Francia, se llevaron a cabo diversos ensayos en combinación con antivirales y antibióticos, con resultados variables. El estudio llevado a cabo por el microbiólogo francés Didier Raoult mostró resultados esperanzadores, a pesar de que tenía varios defectos si lo examinamos con la lupa del método científico: un reducido número de pacientes, falta de controles…. A pesar de estos problemas en el estudio, rápidamente se le dio una gran publicidad, especialmente cuando Trump publicó un tuit anunciando que la cura para el coronavirus estaba cercana. Sin embargo, los graves efectos secundarios como problemas cardiacos, oscurecimiento de la piel, trastornos digestivos y neuropsiquiátricos hacen necesario evaluar los riesgos frente a su potencial beneficio antes de ser usado en el tratamiento frente a la Covid-19. La forma en la que Trump ha anunciado que estaba tomando cloroquina para protegerse de una posible infección por SARS-CoV-2 tras el positivo de varios de sus colaboradores cercanos, haciendo apología de la automedicación, es un atentado a los sistemas de salud. Y ya ha habido varios fallecidos tras tomar cloroquina de forma no controlada tras su anuncio.
En España hay solicitados 21 ensayos clínicos para probar el efecto de la cloroquina sobre la Covid-19, entre ellos el del experto catalán Oriol Mitjá, cuyo estudio en familiares de infectados para determinar la eficacia de la cloroquina, combinada con un antiviral, como método para prevenir el contagio, no ha dado buenos resultados. Asimismo, la OMS está coordinando el proyecto Solidarity, para monitorizar si distintos tratamientos funcionan en grupos controlados de pacientes de todo el mundo.
El uso de la cloroquina ha sido utilizado como un arma de acción política de nacionalistas populistas, desde Trump en Estados Unidos a Bolsonaro en Brasil, pasando por Quim Torra en Cataluña a través de Oriol Mitjá, lo que ha polarizado el debate de su uso por encima del criterio médico. Un reciente escándalo científico la ha vuelto a colocar en el centro de la polémica. La paralización de los ensayos clínicos de la OMS a raíz de la publicación en The Lancet – una de las revistas médicas de mayor prestigio mundial- de un artículo en el que se alertaba de un aumento de mortalidad durante los ensayos para el tratamiento de la Covid-19. Trece días después, tres de los autores del artículo se retractaron y lo retiraron, ante la presión de varios científicos que denunciaron la inconsistencia de los datos y su posible falsedad, señalando a la empresa Surgisphere como la culpable de la falsificación de los datos. Otro artículo, esta vez en New England Journal of Medicine, en el que participaba la misma empresa, fue retirado por los mismos motivos. La participación de esta empresa se tradujo en una reducción en la fiabilidad y transparencia de los datos.
Las implicaciones de este caso para la salud mundial podrían igualarse a las del artículo publicado por Andrew Wakefield en 1998, curiosamente también en The Lancet, y después retirado tras ser condenado por graves conflictos de interés científicos y financieros, incluyendo la falsificación de datos. Artículo que dio origen al movimiento antivacunas y aún es usado como argumento por éste para defender sus argumentos.
Reflexiones sobre nuestras cavilaciones.
El ejercicio de la autocrítica constructiva por parte de la ciencia, a raíz de estos acontecimientos, requiere, más allá de un diagnóstico encaminado a identificar los factores desencadenantes y condicionantes de los mismos, una reflexión sobre los derroteros de la ciencia y la comunicación científica en tiempos de elevada incertidumbre y presión económica, política y social.
La ciencia se enfrenta a la pandemia, como lo hace frente a cualquier problema, provista de una serie de características que le permiten desentrañar episodios como el aquí narrado: rigor, actitud crítica, carencia de dogmatismo, universalismo y colaboración internacional e interdisciplinar. Con estos mimbres, las evidencias científicas sobre la Covid-19 son cada vez más abundantes y diversas, pero al mismo tiempo menos rotundas, de modo que las respuestas a las cuestiones planteadas abren otras preguntas de no menor calado.
Aunque la ciencia está teniendo un relevante papel en el asesoramiento a los gobiernos en la respuesta a la pandemia, no por ello debemos desestimar los fallos sistémicos que arrastra, y que se están descubriendo o manifestando con fuerza durante esta pandemia: su instrumentalización, industrialización y mercantilización; la consecuente pérdida de autonomía; la presión por publicar a la que se ven sometidos los científicos, representada en el ya famoso aforismo ‘publica o perece’ (publish or perish); la mercantilización de las revistas científicas unida a la dejación de funciones de los editores, convertidos en gestores que descansan su responsabilidad en los expertos evaluadores. En la situación actual de pandemia, se une la presión por obtener resultados positivos con rapidez.
Estos problemas de la ciencia dificultan el hacer frente a los múltiples mensajes enfrentados derivados de la fragmentada situación política, al negacionismo y a la distribución de bulos y noticias falsas o no contrastadas. Se acaba así por minar la confianza del público en la ciencia y consecuentemente en el asesoramiento científico a los gobiernos. Y los casos de mala praxis o fraude no ayudan a consolidar la confianza en la ciencia, por más que la comunidad científica sea capaz de autorregularse para detectarlos y repararlos.
Recoger lo sembrado.
Es momento de acometer la solución a estos fallos sistémicos y de situar a la ciencia en posición de defender su credibilidad en el marco de un paradigma que recoja lo mejor de los últimos años, comenzando por recuperar el carácter autónomo de la ciencia que instauró el anteriormente citado informe “Science: The Endless frontier”, arbotante de la política científica moderna. Paralelamente, promover el acceso universal a los conocimientos científicos y técnicos; fomentar la transparencia en la investigación – favoreciendo el acceso a los datos y procedimientos, en aras de permitir la reproducibilidad – y en los procesos de evaluación; racionalizar los procesos editoriales y lo tiempos de difusión de los nuevos conocimientos, restaurando el rol y la calidad profesional de los editores; abogar por procesos de evaluación orientados en aras del sentido de oportunidad y la producción de conocimientos – regulacíón del sentido común o del beneficio – frente a la protección de las líneas de pensamiento de grandes escuelas, grupos o liderazgos consolidados; liberar el proceso de reconocimiento (valoración expost) para que se efectúe por criterios más cualitativos que cuantitativos, alejados de la burocracia y de la dictadura de los algoritmos basados en la agregación de indicadores sencillos. Y trabajar en pro del robustecimiento de las instituciones generadoras de conocimiento científico, favoreciendo la autonomía y la flexibilidad que requiere la investigación científica, corrigiendo el predomino de la burocracia que perturba la investigación competitiva en entornos de alta exigencia, pero paralelamente robusteciendo los controles expost y la rendición de cuentas, así como los mecanismos redistributivos para la asignación de recursos. Este robustecimiento institucional debería pasar asimismo por una mayor flexibilidad en la creación y redefinición de las estructuras de investigación (institutos, departamentos) en respuesta a los retos científicos y sociales actuales, e impulsados por las interacciones entre las ciencias predominantes (matemáticas. física, química y biología) y las aplicaciones de las tecnologías convergentes (nano, bio, info y cogno).
Asimismo, debe darse la mayor preeminencia a la cultura científica como andamio social (inteligencia social o colectiva). La pandemia está impulsando el acercamiento entre la ciencia y la ciudadanía, que se siente concernida y preocupada por los aspectos científicos, médicos, sanitarios y epidemiológicos del virus SARS-Cov-2 y la enfermedad que produce, la Covid-19. La institución científica se ve interpelada para dar repuesta a esta demanda implícita de la sociedad en su camino hacia una ‘ciudadanía científica’ (science citizenship’) con mayor capacidad de aplicar el razonamiento científico y el pensamiento crítico para informar sus decisiones personales.
La reparación de estos fallos ecosistémicos y el mantenimiento de la credibilidad de la ciencia son fundamentales. No olvidemos que el conocimiento científico constituye la principal arma de nuestra respuesta y defensa frente a la pandemia: desde la epidemiología a la virología, desde la investigación sobre vacunas y tratamientos a la investigación sobre nuevos métodos de diagnóstico y de cuidados.
Victor Ladero es investigador en el Departamento de Technología y Biotecnología del IPLA-CSIC y socio fundacional de la Asociación Española para el Avance de la Ciencia (AEAC)
Jesús Rey es investigador en el Departamento de Ciencia, Tecnología y Sociedad del IF-CSIC y socio fundacional y miembro de la Junta Directiva de la Asociación Española para el Avance de la Ciencia (AEAC)
Emilio Muñoz es investigador ad honorem en el Departamento de Ciencia, Tecnología y Sociedad del Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Es socio promotor de la Asociación Española para el Avance de la Ciencia (AEAC) y miembro de su Consejo Consultivo.